El viaje, facilitado por un funcionario de la embajada española en Bulgaria, ha sido un sorteo de carreteras secundarias, en muy mal estado, atravesando pueblos pequeños cuya sensación era de abandono y pobreza. Cuando llegamos a Bobov

Dol, los edificios -viejos y cochambrosos- se alinean en una estampa típica de las construcciones urbanísticas de cualquier dictadura. Grandes edificios enjambres, en calles destartaladas, muchas de ellas de arena y, sobre todo nos ha llamado la atención, la cantidad de hombres en la calle con una actitud irremediablemente ociosa.
Cuando llegamos a la puerta como en todos los presidios nos topamos con el policía, tras el cristal blindado, que nos requiere los papeles de autorización. Como es habitual en este tipo de profesionales, los lee, por un lado, por otro, nos mira, se extraña, pone cara de circunstancias, niega con la cabeza, y tras un rato largo, decide hacer lo que, entiendo podía haber hecho al comienzo si no tenia ni idea de cuál era el asunto y quienes eramos nosotros: coge el teléfono y llama a su superior. Efectivamente la documentación estaba en regla, el trabajo mediado por el funcionario de la embajada ha sido estupendo y nos hacen entrar. Importante es señalar que todo esta larga espera ha sido más fácil al utilizar de traductor al conductor facilitado por la embajada que además de llevarnos al lugar, ha hecho las funciones de introducción y orientación. También a él le han invitado a entrar en la visita y acompañarnos.
Nos llevan a un despacho, pequeño y antiguo, donde se procederá a la entrevista. La señorita que trabaja en dicho lugar nos ofrece un café o un refresco. Declinamos la incitación. Expectantes por abrazar a Boris, aparece custodiado por un policía, el director en funciones de la cárcel y el capellán ortodoxo. Hombre simpático y, según el mismo Boris, cercano.
El muchacho llega muy nervioso y tenso. Tras el cálido saludo y el abrazo entrañable tomamos asiento acompañados por el capellán y la señora trabajadora. Le encuentro muy ansioso, tremendamente contrariado con tener que volver a estar en Bulgaria. De hecho su rechazo al país es verbalmente muy violento. Pregunta por todos los de casa. Le entregamos las cartas que estos escribieron, la ropa nueva y comenzamos a relatarle todos aquellos que le mandan saludos.
Nos cuenta su vida ahí dentro: en 6 meses aún no le han notificado la sentencia, comparte la celda con otros 12 tocando a un metro cuadrado por ocupante, sólo tienen 45 minutos al día de patio, sopa de desayuno, comida y cena, actividades inexistentes, gimnasio dos días en semana, igual que la ducha que ¡sólo! pueden hacer uso de ella un par de días a la semana.
En fin está muy desesperado. La condena, y él mismo reitera que se ha pasado media vida preso en esa cárcel, se le está haciendo muy cuesta arriba. sigue sin consumir, le siguen clasificando como muy peligroso. Está realmente angustiado.
Todo lo anterior nos lo cuenta aunque ya le habían advertido, días atrás cuando se autorizó nuestra visita, que no contase cosas malas de dicha cárcel. En ese despacho continuamente entran y salen personas ajenas a nosotros. Se entremezcla el idioma búlgaro con el castellano.
Se abre la puerta, han pasado cincuenta minutos y el director dice que ya tiene que acabar la visita. Nos volvemos a fundir en un abrazo. Los lagrimales se ponen a trabajar cuando Boris se despide diciéndonos "nos vemos dentro de un año". El estómago se hace un nudo. El policía se le lleva con las ropas que le trajimos y, a nosotros, el cura ortodoxo nos invita a comer en la cantina de la cárcel. Sin estar mala la carne que nos sirven el contexto hace que la comida sea rápida, silenciosa y que deseemos salir de ese lugar cuanto antes.
Montamos en el coche y el aire que entra por las ventanas es la única solución transitoria que el cumulo de pena que llevamos alivia. Y entonces nos preguntamos ¿ha sido bueno venir a verle? ¿le ayudará a sobre llevar el tiempo que le quede? ¿no le habremos creado más ansiedad y angustia?...
Bobov Dol queda atrás, el lamento de Boris "me voy a volver loco aquí dentro" rechina mas en nuestro interior que las pobres ruedas del vehículo sorteando la carretera agujereada.
Al fondo se ve Sofia, culminada por las cúpulas doradas de las iglesias ortodoxas, de la preciosa mezquita y de la singular sinagoga judía. Y como en esta ciudad, todas las religiones son protagonistas, así esperamos que muy pronto podamos volver a compartir la mesa de casa tantos otros protagonistas, tan distintos, con tanto fondo común.
A Marichu, in memoriam, compañera infatigable de viajes, prisiones y libertades.