Por fin, seguramente con pena, acaba el verano de este año. Digo fin porque es un tiempo complicado, una larga temporada "sin nada que hacer" para aquellos con quienes convivo y, por tanto, muy propicio para las meteduras de pata, encontronazos y falta de creatividad.
Pero no todo el verano ha sido así. Si todo él así hubiera transcurrido, seguro, no lo hubiéramos finalizado.
Por eso os cuento:
Nos fuimos una semana a Daimus, pueblin junto a la masificada Gandía, en Valencia, donde conseguimos alquilar un espléndido chalet a precio asequible. Estuvimos siete días. Si bien sólo cuatro de playa. El alcohol gastó una mala pasada y algunos muchachos tuvieron problemas que enturbiaron la convivencia. Es complicado no saber poner límites a lo que uno es capaz de beber y menos sentirse el rey de la calle con la tasa etilica disparada.
Hubo tiempo para seguir participando en las asambleas y acciones del 15M en Sol. Bueno con las dificultades propias del empeño veraniego en devolver a la plaza esa seriedad y vaciedad que tanto debe gustar al Ayuntamiento y Delegación del Gobierno. Era porque venía el Papa. Presionaron tanto los comerciantes. Se quería dar una imagen distinta a los turistas? El caso es que la policía entro, apaleo y concitó una nueva capacidad de convocatoria por la que, efectivamente, se había temido durante el verano.
Las semanas van pasando. Los calores haciendo su agosto y el agobio en la ciudad se mitiga con cenas en lugares nuevos y bonitos.
Recordamos al joven Ramón, hallado muerto en el centro de menores Teresa de Calcuta en Brea de Tajo, Madrid, a mediados del mes de Junio. La familia y amigos seguimos esperando una respuesta al fallecimiento de dicho joven. Y eso lo pedimos y visibilizamos, al inicio de agosto, en la plaza de Callao. El calor de la media tarde no impidió la participación de muchas gentes del barrio y familiares del joven Ramón Barrios.
Una vez más, pudimos comprobar y disfrutar del cariño y la solidaridad de la buena gente que nos rodea. Esa que nos hace seguir creciendo en sencillez y entrega. Cuando nos abren la casa, estamos siendo testigos de la necesidad de derribar fronteras. Del tipo que sean: culturales, lingüísticas, políticas, de clase... Lo pudimos disfrutar en El Escorial. Todo un lujo darnos un baño en piscina teniendo enfrente el imponente Monasterio de San Lorenzo. La acogida, el baño, la mesa compartida... razones estas para seguir profundizando en la amistad y el cariño.
Y llegó el gran viaje.
Visitar Rumanía se presentaba como un reto muy atrayente. Conocer, no sólo un nuevo país, sino el lugar de donde vienen esas gentes entre quien tanto rato pasamos y con quien tanto luchamos. Tener la oportunidad de visitar Ţăndărei, el pueblo de origen de la población gitano rumana que vive en El Gallinero, en Madrid, era toda una aventura atrayente. Los amigos conocidos nos acogieron de una manera formidable. Todos querían que entrásemos en sus casas. Todos querían agasajarnos con lo mejor que tuvieran. Y tenían poco. Las causas para emigran son tan evidentes como necesarias. Aún, algunos, que tuvieran casa -sencilla-, es muy difícil poder sobrevivir. El futuro es más que nublado. La salida de la emigración se impone, y no sin dolor y ruptura, como medio posible para vivir, algún día nuevamente en su tierra, con dignidad. Rumanía, un país tan precioso como pobre. Con un desarrollo incipiente que no sé yo si posibilitará que sus gentes puedan salir algún día, pronto, de la pobreza y exclusión.
Y si la pobreza se podía contemplar fácilmente en Rumanía, el salto a Bulgaria fue a mayores. Si bien ya lo conocíamos del pasado año, lo que principalmente nos volvía a llevar a este pobre país -más pobre que Rumanía- era la libertad de Boris. El 8 de Septiembre del año pasado le visitábamos en la cárcel de Bobov Dol. Este año, por fin el libertad tras 18 meses cumplidos en dicho pozo, le recogíamos para volver de nuevo a Madrid, donde él quiere continuar viviendo. Conocimos a su madre y, reflejo de gran parte de la sociedad obrera de ese país, entendimos las condiciones en las que tienen que vivir. Él quiere vivir en España, pues piensa que desde aquí -a pesar de la crisis- puede tener un futuro vital alcanzable. Para él y para su familia. Sabe que en su país el futuro está lleno de nubarrones e imposibilidades. Nos encontramos emocionadamente con él y recorrimos algunos lugares del país que anteriormente no habíamos conocido.
La vuelta siempre es paradójica. El querer volver y retrasar la llegada vienen juntamente. Como si una esquizofrenia se apoderase de uno. Casi dos semanas fuera de casa parecían una eternidad con la de cosas rápidas que ocurren en nuestro entorno. Menos mal que Amparo, ducha en leyes y neófita en la casa, fue capaz de hacer frente a las adversidades y eso, hay que reconocerlo, allanó el camino de vuelta.
Así, las excursiones a las piscinas naturales de El Espinar y la subida a la Maliciosa, han ido poniendo colofón a este verano y colaborando en estrechar lazos y enredar vidas en nuestro existir.
Y casi como comenzó el verano la
presencia en la calle se hace imprescindible. La manipulación política y la desvergüenza de los mercados y bancos hace que tengamos que seguir saliendo a gritar nuestra indignación. La ciudadanía que, desde el pasado 15 de Mayo, parecemos haber despertado de cierto letargo, tenemos que seguir manifestando nuestra disconformidad con este sistema en nuestro espacio, en el lugar del pueblo, en la calle. No podemos permitir, como señalaba esta original muchacha de la fotografía, que los Derechos que tanto sudor y lágrimas han costado a muchos ciudadanos se cercenen, por vía rápida, por la presión de los ricos de este mundo. Si algunos políticos se han lanzado en sus ensangrentados brazos, no podemos permitir que el poder -por mucho que nos vigile y atormente- decida nuestro futuro y el porvenir de nuestros hijos. Nos jugamos mucho. Quizás mucho más de lo que seamos conscientes. Por eso tenemos que seguir plantándonos ante quien pretenda que abdiquemos de aquello que nos constituye como personas en comunidad: nuestra ciudadanía.
Y en estas llegaron los estertores del verano. Y como dice la canción del dúo dinámico "esó si, nunca, nunca, yo olvidaré". Y desde luego, a quien conmigo ha ido.
14 kilómetros marcan la distancia entre la exclusión y la inclusión. Esa distancia separa la Puerta del Sol, punto neurálgico de Madrid, de la Cañada Real Galiana. 14 kilómetros separan la costa europea de un continente empobrecido. Catorce kilómetros: una distancia muy larga para quienes se ven obligados a recorrerla cada día. Con este blog pretendo visibilizar y rendir homenaje a todas esas personas que peregrinan cada día por los márgenes de la exclusión.
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