miércoles, 15 de abril de 2009

El pis de las tres de la mañana

Hemos compartido la pasada semana santa la convivencia con una criatura de 12 años. No tendría nada de especial, en una familia tan amplia y diversa como la que componemos, sino fuera porque dicho niño está fugado de un centro de protección de menores.
Sí, tan pequeño y ya fugado. ¡Que barbaridad ¿verdad?!
Resulta que este niño, que lleva en España cerca de dos años es un "trasto". Pero la naturaleza de ser trasto a esa corta edad en alguno de los centros de protección de nuestro país, tiene una significación terrible: si algunos entendemos que su comportamiento es fruto de las carencias lógicas que tiene el haber salido tan pequeño de su entorno familiar, estos sátrapas de la educación [algunos educadores de centros de protección de menores] entienden que su comportamiento tiene unas raíces puramente psíquicas y de ahí la cantidad de fármacos con los que le tenían dopado habitualmente.
Junto a tanto desmán "interventivo" aparecen esos maestros de la conducta y la educación que empatizan con la criatura, entienden sus necesidades, le acogen en sus vidas y ¡plaf! colaboran en parar semejante despropósito farmacológico. Junto a ellos, acudimos con la criatura al psiquiatra -una vez fuera del centro ya- y este retira toda medicación "sedante" y nos aconseja, para la rehabilitación de este manojillo de pulsiones, mucho deporte, mucho cariño y pasarlo bien.
Y ahí nos vemos. Conviviendo con un niño de 12 añitos entre nosotros; algunos ya talludos. Pues dicha semana ha sido una verdadera maravilla. Una experiencia de encuentro, refresco y responsabilidad generada entre todos los de casa verdaderamente espectacular.
No hemos observado en las conductas del niño ningún tipo de desvarío más allá de las propias de una criatura de once años y con muchos de ellos en la calle teniéndose que buscar la vida y, en ellos, una fuerte época de consumo de cola de zapatero. Tampoco, que parecían advertir los responsables del centro de protección, ningún rechazo de límites ni negación a las normas.
Pues bien, a esta criatura, dichos responsables la pretenden enviar al centro Picón, de la empresa O'Belén, en Madrid. Dicho centro se ha convertido en la panacea para todos los niños madrileños a los que algunos educadores de centros de protección no entienden o no quieren entender. Ahí, como cajón de desastre, envían a los pequeños "trastos". Tienen asegurado que en dicho centro estarán bien dopados y drogados. Que las molestias serán mínimas. Que lo educativo quedará en la calle, a la puerta de la entrada, hasta que el menor consiga deshacerse de esa panda de clientes de la farmacología psiquiátrica.
A nuestro pequeño lo quieren llevar a ese siniestro lugar. Y además sin el concurso de la psicóloga del centro que desaconseja dicho traslado. Y sin la anuencia de algunos educadores que están empeñados en que el pequeño pueda vivir con dignidad. Y además si nuestra colaboración, ya que hemos comprobado como con cariño, acogida y cuidado somos capaces de generar unas relaciones de apoyo y crecimiento espectaculares.
Me sigo preguntando ¿qué intereses bastardos ocupan a quienes tiene tanto empeño en drogar y destruir a los más pequeños de nuestra sociedad? ¿tanto nos cuesta aceptar nuestras limitaciones de adultos y abajarnos al nivel necesario de los niños para mirarnos a los ojos? ¿es imposible articular otro tipo de "protección" que no deje inermes a estos chiquillos ante una institución prepotente y carente de humanidad?
Lo que comenzó como un hecho vergonzante -la primera noche se orinó en la cama- acabó siendo -a los tres días- una petición del propio niño para que, a media noche, lo levantase al servicio y así no volverse a orinar en sus ropas.
Una vez más el sentido común es el menos común de los sentidos cuando hablamos de niños y niñas en protección.

2 comentarios:

  1. Así es, Javi, de pronto, hay dias en que te encuentras con un niño en los brazos o a tu lado, que te mira con unos ojos en los que se advierte que le sobra soledad y que no puedes ignorar. Niños a los que se encierra, a los que se les priva de afecto (los educadores no pueden relacionarse con ellos fuera del centro, bajo pena de despido), a los que se aplican castigos mas parecidos a torturas que a procedimientos educativos, y a los que se droga con pastillas para que no sean agresivos....Son los nuevos "endemoniados", cuyas "diabluras" no se consideran propias de la edad, sino del desequilibrio y la enfermedad mental, y cuyo tratamiento está en un nuevo vademécum: el código penal. El centro que citas, al que se envia a tantos peques en situaciones conflictivas, se define como compuesto por "un equipo cargado de vocación, profesionalidad y pasión" por la educacion de menores ¿...?, pero no dice que buscan la mayor rentabilidad posible, como negocio privado que es.
    El mundo de los marginados, nos decia Enrique Martinez, "es un mundo intenso, pletórico de vida y de posibilidades, de penalidades ciertamente, pero también de inimaginables alegrías." Y añadía que por eso no precisan de tutelas ni de beneficiecias: "respiran de lo que respiramos todos: del respeto que se les tenga, de la justicia que se les otorgue, de algún espacio en el que habitar y algunas posibilidades en las que sentirse útiles."
    Y así lo vivimos con esos niños que se nos cuelan al lado, en cuanto podemos desarrollar algun vínculo y se les desmorona la coraza que se han tenido que colocar como defensa, la coraza que les disfraza de duros, de malotes, de adultos al fin....y les vemos como realmente son y se sienten: vulnerables y frágiles, y que poco a poco nos van dando la mano para sentirse protegidos en esa vida que les crece dentro.
    Son los "niños eléctricos" que cantaba Miguel Ríos, los "querubes de ciudad, que nacen mamando el delirio de la realidad. Niños hambrientos de muchas cosas a la vez y que juegan sobre el asfalto, solos, ¡qué peligroso es crecer!
    Gracias de nuevo, Javi, porque con tus reflexiones me das ánimo para seguir adelante con los "trastos" que se me colaron a mí, y que ante momentos de tensión, me hacen recordar que llega la hora del pan con chocolate, de sacar la bici a la calle, o de jugar a tesoros y piratas.
    Y si hay que jugarnos el tipo, que esconder (proteger), o acompañar el sendero de los peques más allá de lo que establece la norma legal vigente, yo tengo un remedio infalible, que me da resultado siempre, tanto con mi hija como con los demas hijos llegados a la casa: no conozco nada mejor que ver en los ojos de un niño el reflejo de la esperanza y del cariño.

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  2. "Cuentan que una vez, se reunieron en un lugar de la Tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres. Cuando el aburrimiento había bostezado por tercera vez, la locura, como siempre tan loca, les propuso: jugamos al escondite?

    La intriga levantó las cejas intrigada y la curiosidad, sin poder contenerse, preguntó: al escondite? y cómo se juega?

    Es un juego, explicó la locura, en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar de uno hasta un millón mientras vosotros os escondéis, y cuando yo haya terminado de contar, el primero de vosotros al que encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego.

    El entusiasmo bailó secundado por la euforia, la alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la duda, e incluso a la apatía, a la que nunca le interesaba nada. Pero no todos quisieron participar: La verdad prefirió no esconderse, para qué?, si al final siempre la encontraban; y la soberbia opinó que era un juego muy tonto pero en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido suya; y la cobardía, la cobardía prefirió no arriesgarse.
    Uno, dos, tres,... comenzó a contar la locura.

    La primera en esconderse fue la pereza que, como siempre, se dejó caer tras la primera piedra del camino. La fe subió al cielo y la envidia se escondió tras la sombra del triunfo que, con su propio esfuerzo, había logrado subir a la copa del árbol más alto.

    La generosidad casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso (para alguno de sus amigos): que si un lago cristalino, ideal para la belleza; que si la rendija de un árbol, perfecto para la timidez; que si el vuelo de una mariposa, lo mejor para la voluptuosidad; que si una ráfaga de viento, magnífico para la libertad. Así que terminó por ocultarse en un rayito de sol.

    El egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno. Desde el principio lo encontró ventilado, cómodo, eso sí, sólo para él.

    La mentira se escondió en el fondo de los océanos. Mentira! En realidad se escondió detrás del Arco Iris. Y la pasión y el deseo en el centro de los volcanes. El olvido... se me olvido donde se escondió, pero bueno eso no es lo importante.

    Cuando la locura contaba novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve el amor aún no había encontrado sitio para esconderse pues todo se encontraba ocupado. Hasta que divisó un rosal, y enternecido, decidió esconderse entre sus flores.

    Un millón!!! Contó la locura. Y comenzó a buscar. La primera en aparecer fue la pereza, sólo a tres pasos de la piedra. Después se escucho a la fe discutiendo con Dios en el cielo sobre zoología, y a la pasión y al deseo los sintió en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró a la envidia y, claro, pudo deducir donde estaba el triunfo. Al egoísmo no tuvo ni que buscarlo, el solito salió disparado de su escondite, que había resultado ser un nido de avispas.
    De tanto caminar sintió sed, y al acercarse al lago, descubrió a la belleza. Y con la duda resultó ser más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún de qué lado esconderse. Así fue encontrando a todos: el talento entre la hierba fresca; la angustia en una oscura cueva; la mentira detrás de El Arco Iris, mentira!, si ya estaba en el fondo del océano; y hasta al olvido, al que ya se le había olvidado que estaba jugando al escondite.

    Pero sólo el amor no aparecía por ningún sitio. La locura busco detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo del planeta, en la cima de las montañas, y cuando iba a darse por vencida, divisó un rosal y sus rosas...

    Tomó una rama y comenzó a moverla cuando de pronto un doloroso grito
    se escuchó. Las espinas habían herido en los ojos al amor. La locura no sabía qué hacer para disculparse: lloró, rogó, le pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.

    Desde entonces, desde que por primera vez se jugó al escondite en la tierra... EL AMOR ES CIEGO Y LA LOCURA LE ACOMPAÑA SIEMPRE."

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