jueves, 24 de marzo de 2016

El pueblo y Romero

Tumba en Catedral
Hace ya mese tuve la oportunidad de conocer “un poquito” el Salvador y sus gentes. Y, como consecuencia, las huellas de Romero en esas tierras. Me impresionó sobremanera la huella de este hombre en el pueblo. Un pueblo que lucha –ayer contra la guerra, hoy contra la violencia- y espera la vida con dignidad. Una gentes que, tras haber restañado heridas, no se conforma con el olvido. Tener presente a Oscar Romero es seguir recordando sus palabra, y sobre todo su estilo de vida. El papel lo aguanta todo, y cuando la palabra cae en manos del poder (económico, legislativo, religioso…) deriva inmediatamente en mitos y figuras exógenas a la realidad concreta y cotidiana que se vive.
Mural en la Chacra
Si algo tuvo la vida de Romero fue, precisamente, que su palabra y su comportamiento no eran teorizaciones extrañas a la vida de su pueblo. Al estilo del Evangelio de un tal Jesús, Romero hizo una lectura actualizada de la realidad iluminada por el Evangelio. Como al tal Jesús, le costó la vida. Los teóricos de la fe y la esperanza, a lo más, fueron ninguneados por el poder religioso pero agasajados en ocasiones por los poderes de este mundo.
Taller de Santa María de los Pobres

Sin embargo nos queda el pueblo. Ese que Romero reconoció le había “evangelizado”. En él -en el pueblo- sigue presente, con sus contradicciones y complejidades, todo aquello por lo que Romero murió, todos por los que Jesús entregó su vida y, como hoy recordamos, agachándose les lavó los pies.
Collage en la capilla del hospitalito

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