
Por eso os cuento:
Nos fuimos una semana a Daimus, pueblin junto a la masificada Gandía, en Valencia, donde conseguimos alquilar un espléndido chalet a precio asequible. Estuvimos siete días. Si bien sólo cuatro de playa. El alcohol gastó una mala pasada y algunos muchachos tuvieron problemas que enturbiaron la convivencia. Es complicado no saber poner límites a lo que uno es capaz de beber y menos sentirse el rey de la calle con la tasa etilica disparada.
Hubo tiempo para seguir participando en las asambleas y acciones del 15M en Sol. Bueno con las dificultades propias del empeño veraniego en devolver a la plaza esa seriedad y vaciedad que tanto debe gustar al Ayuntamiento y Delegación del Gobierno. Era porque venía el Papa. Presionaron tanto los comerciantes. Se quería dar una imagen distinta a los turistas? El caso es que la policía entro, apaleo y concitó una nueva capacidad de convocatoria por la que, efectivamente, se había temido durante el verano.
Las semanas van pasando. Los calores haciendo su agosto y el agobio en la ciudad se mitiga con cenas en lugares nuevos y bonitos.

Una vez más, pudimos comprobar y disfrutar del cariño y la solidaridad de la buena gente que nos rodea. Esa que nos hace seguir creciendo en sencillez y entrega. Cuando nos abren la casa, estamos siendo testigos de la necesidad de derribar fronteras. Del tipo que sean: culturales, lingüísticas, políticas, de clase... Lo pudimos disfrutar en El Escorial. Todo un lujo darnos un baño en piscina teniendo enfrente el imponente Monasterio de San Lorenzo. La acogida, el baño, la mesa compartida... razones estas para seguir profundizando en la amistad y el cariño.
Y llegó el gran viaje.
Visitar Rumanía se presentaba como un reto muy atrayente. Conocer, no sólo un nuevo país, sino el lugar de donde vienen esas gentes entre quien tanto rato pasamos y con quien tanto luchamos. Tener la oportunidad de visitar Ţăndărei, el pueblo de origen de la población gitano rumana que vive en El Gallinero, en Madrid, era toda una aventura atrayente. Los amigos conocidos nos acogieron de una manera formidable. Todos querían que entrásemos en sus casas. Todos querían agasajarnos con lo mejor que tuvieran. Y tenían poco. Las causas para emigran son tan evidentes como necesarias. Aún, algunos, que tuvieran casa -sencilla-, es muy difícil poder sobrevivir. El futuro es más que nublado. La salida de la emigración se impone, y no sin dolor y ruptura, como medio posible para vivir, algún día nuevamente en su tierra, con dignidad. Rumanía, un país tan precioso como pobre. Con un desarrollo incipiente que no sé yo si posibilitará que sus gentes puedan salir algún día, pronto, de la pobreza y exclusión.

La vuelta siempre es paradójica. El querer volver y retrasar la llegada vienen juntamente. Como si una esquizofrenia se apoderase de uno. Casi dos semanas fuera de casa parecían una eternidad con la de cosas rápidas que ocurren en nuestro entorno. Menos mal que Amparo, ducha en leyes y neófita en la casa, fue capaz de hacer frente a las adversidades y eso, hay que reconocerlo, allanó el camino de vuelta.

Y casi como comenzó el verano la

Y en estas llegaron los estertores del verano. Y como dice la canción del dúo dinámico "esó si, nunca, nunca, yo olvidaré". Y desde luego, a quien conmigo ha ido.
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