miércoles, 1 de julio de 2020

hasta siempre "capitán"


Llevamos tres días a los pies de la cama hospitalaria del “capitán”. A sus 74 años y con una metástasis diagnosticada el pasado mes de diciembre, arrebata ya los últimos alientos de vida después de ser sedado hace tres días.

El Capitán es una persona peculiar, compleja. Con una desconfianza a todo lo que a su alrededor se mueve. Tanto es así que, incluso ya hospitalizado (casi ha cumplido 2 meses en un centro de paliativos), no cesaba de mover la cabeza cuando escuchaba algún ruido o alguna voz que él presumía no debía estar junto a nosotros.
Casi la mitad de su vida se la ha pasado privado de libertad. Aún hoy pende jurídicamente sobre su existencia un montón de años de condena que, la enfermedad y su propio proceso personal, han hecho no tener que pagar.
Es verdad que estos  20 años de relación no han sido siempre fáciles ni sencillos. Seguramente por mi prepotencia al pensar que tenía respuestas para todos los retos que su compleja vida planteaba. Quizás también por su dureza que transformó en una  inquebrantable fidelidad y en un empeño de que nadie me pudiera dañar. Esa dureza en la fidelidad le hacía a veces “atropellar” a las personas que nos rodeaban.
La última vez que vino a vivir con nosotros sólo le puse una condición: que ejerciese de “abuelo”. Que no pretendiese educar a los otros chicos -mucho más jóvenes que él- con quienes compartíamos la casa y la vida. Y es verdad, ha funcionado. Se lo ha currado. No hay más que ver el cariño con el que le visitan y, todos y todas juntos, estamos aquí acariciando sus hinchadas manos y no dejándole sólo ni un minuto. Cuando siembras cariño recoges cariño. Eso, al menos en esta última época de su vida, ha sido así.
Al capitán (en casa había otra persona de su edad a quien llamamos el abuelo, y era la manera de distinguirlos por que encima los dos tienen el mismo nombre) le conocimos estando preso y el Magistrado al que le correspondía resolver sobre sus permisos nos habló de una persona que debía salir de permiso, aunque fuese un día.
Lo organizamos todo, desde la Asociación APOYO, para pasar el día en las Lagunas del Campillo, en Rivas. Un grupo grande de amigos a los que él no conocía, un montón de peques, una  comida casera… un sábado precioso parecía… Lógicamente aquel plan no parecía el más deseable para una persona que llevaba casi 15 años seguidos en prisión, sin visitas ni permisos.  El buen hombre aguantó y, a partir de ese día agridulce, se fraguó una relación que nos ha traído hasta aquí.
En el silencio de esta magnifica habitación hospitalaria, escuchar ya sólo su débil respiración conmueve. Una persona tan engreída, con tantas acciones en su vida que le hicieron dilapidar su existencia, con un convencimiento “taleguero” de lo que es la fidelidad para con quienes le habíamos ofrecido una mano, le han convertido (y no es blanquear en absoluto una vida tormentosa) en una persona sujeto de conmiseración. No se arrepintió de lo hecho (seguro que el buen dios le da una achuchón lleno de misericordia) pero si ha habido algo que le torturaba, en esta última etapa de su vida: el bien que no hizo o las oportunidades desaprovechadas de haber podido vivir de otra manera.
Estar expectante ante un desenlace vital no es sencillo. A pesar de las muchas muertes que hemos acompañado, no curten estas experiencias.
Sin embargo, pensar cómo podemos querer vivir, qué necesaria es la confrontación personal, la capacidad de asumir errores… situaciones que ya él no podrá remendar, pero que nos deja como legado a quienes -a pesar de la tristeza y vicisitudes de nuestra vida- venimos detrás.
Me quedan las últimas palabras que nos dijo el sábado: SER FELICES.
Como memoria, como homenaje y como sabiduría vital, nos hemos de empeñar en ello.

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