Comenzamos el año, ya pasados ocho días, con noticias que
seguramente no tendrán el impacto necesario en el tiempo que otras cuestiones
definidas como de las “importantes”.
Andábamos atentos a las noticias que nos ofrecían las amigas
de #caminandofronteras sobre una barca llena de personas camino de las Islas
Canarias cuando, de repente, esta búsqueda se mezcló con la terrible noticia
del niño de 10 añitos hallado muerto en el tren de aterrizaje de un vuelo en
París procedente de Costa de Marfil. Este colapso no paró ahí. Muy pronto nos
llega la noticia de que una de las mujeres, tripulante de esa barca camino de
las Islas Canarias, había dado a Luz. Nos movemos entre la alegría del
nacimiento y la desolación de la muerte. Sin embargo, el panorama se vuelve
sombrío cuando la rapidez de las noticias nos alerta de la muerte de ese bebé
nacido en pleno mar.
¿Porqué? ¿Será alguna señal de los astros, ancestros, dioses u lo que sea
respecto al cuidado que debemos a los más pequeños en este nuevo año recién
inaugurado? Unos andan profetizando lo peor ante un nuevo gobierno salido de
las urnas. Los otros, a la contra, sintiéndose hacedores de todo lo bueno que
pueda acontecer en el futuro. Y mientras, en la mar, sobre nuestras cabezas a
muchos metros de altitud, lo más sagrado que tienen las civilizaciones -los
niños y las niñas- mueren de manera perfectamente evitable y, lo que es peor,
sin identificar claramente los responsables. ¿Será pues que todos somos, de
alguna manera, corresponsables de estas muertes que, por número y coincidencia
se están convirtiendo en terroríficas cifras?No sé si esa pelea acomodada entre los profetas de lo peor y los camicaces optimistas será capaz de solventar las necesidades que muchas personas tienen de poner en juego su propia vida y, seguramente, la vida de sus seres más queridos por ser los más pequeños.
Nos preocupa mucho que las muertes “inocentes” no queden en el olvido. Caer en
eso sería asestar un golpe maléfico a nuestra débil humanidad. A los
empobrecidos, a los más vulnerables e inocentes entre ellos, les debemos esa
memoria que haga saltar por los aires todos los odios, prejuicios y prevenciones
hacia los otros. Más cuando estos otros son personas pobres. Les hemos
arrebatado la vida, no les arrebatemos la dignidad.
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