Acabo de llegar a casa tras participar, bajo un manto de
agua, en un sencillo –y profundo- acto religioso a las puertas del CIE de
Valencia. Las lecturas del Evangelio y del Corán nos han ayudado a ir
adentrándonos en esa experiencia tremenda que es saber que tras el desvencijado
portón azul se encuentran casi ochenta vidas de personas migrantes cuyo delito
es huir de sus países y pretender vivir con dignidad en el nuestro. Eso les
provoca la privación de libertad a que se les somete en semejantes (¡e ilegales¡)
lugares.
Tras el canto recitado “donde
hay solidaridad y Amor allí está Dios”, un grupo de muchachos y muchachas
jóvenes nos invitaron a participar en el corte simbólico de una verja. El
señuelo de plástico, pero el sueño: derribar tantas fronteras que maltratan y
matan, en muchos lugares, a tantos seres humanos. En dicho acto, deslucido por
el agua y el viento, nos hemos dado las manos creyentes religiosos y
musulmanes, ateos y escépticos… todas esas manos en un deseo común: que las
cruces de hoy que se llaman CIE y Mediterráneo y desahucio y exclusión e
intolerancia… seamos capaces de vaciarlas de sus víctimas. Lo dicho, acto
sencillo pero emotivo y lleno de empeños transformadores.
Inmediatamente, según nos alejábamos de ese lugar de dolor e
injusticia, me venía a la mente una petición. Personas de Iglesia; ciudadanos y
ciudadanas de bien: no gasten un duro en
Notre Dame.
Me parece que sería un gesto tremendamente profético, como
todos los que vivimos estos días en diferentes expresiones litúrgicas del
camino al que nos invita el tal Jesús. Límpiese esa catedral para que, en lo
funcional, pueda seguir dando cobijo, pero no hagamos de las piedras expresión
de nuestra Fe. Habiendo tantos templos derruidos por el hambre, las
migraciones, la explotación sexual… preocuparnos en reconstruir esa espléndida
catedral me parece que sería lo contrario a lo que esos días santos estamos llamados a
celebrar.
No gasten recursos en la reconstrucción. Hablen con los
donantes y, respetando su voluntad, devuélvanles el dinero. Propónganles otras
inversiones más vitales, humanizadoras y simbólicas en pos de una humanidad más
humanizada y humanizadora. De lo contrario, si aceptamos esas dádivas y se
invierten en oropeles y piedras estaremos alejándonos de la propuesta del dios
de Jesús. Cuando con voluntad política y justa distribución de los recursos
materiales existentes acabemos o aminoremos los dolores que crea tanta pobreza
en nuestro mundo, entonces y sólo entonces, podremos comenzar a pensar si la
estética puede estar a la misma altura que la ética.
Por Dios, no reconstruyan Notre Dame.
Por Dios, no reconstruyan Notre Dame.
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