A Patuca, con quien esta tarde nos preguntábamos: ¿tanto dolor?
Paseaba ayer, en pleno otoño, por un pequeño bosquejo de
bosque en las cercanías de Madrid. El correr saltimbanqui del pequeño que
llevábamos rompía la placidez que parecían disfrutar las pequeñas aves sobre
las ramas -al sol- soleando sus alas para poder volar, esto es, seguir creando
vida.
De repente aparecen en medio de nuestro camino unos
árboles, como el de la foto, que parecían estar lagrimeando. El rocío de la
noche, mecido por la niebla de lugar, haciendo frente al emergente sol,
provocaba esta cascada de lágrimas que contenían las débiles ramas de los
árboles.
Así son muchos de nuestros días, como el paisaje paseado ayer.
Así son muchos de nuestros días, como el paisaje paseado ayer.
Rodeados de magnanimidad, los dolores de gente muy querida
–mirarse a los ojos más allá de expedientes, protocolos y otras intervenciones
técnicas provoca esto- hacen que nuestras esperanzas lagrimeen con frecuencia.
… El pequeño niño sirio recién llegado de su país que no
llega a seis añitos y contento nos cuenta que era la primera noche que dormía
de un tirón, sin ruidos, como siempre ocurría en su casa siria. La mama
nicaragüense que arrastra sus penas obligadas a quedarse en su querida patria,
y ella –haciendo de tripas corazón- arrastra a sus dos pequeños como si el
paraíso al que pretendían llegar desde el infierno se llamase España, aunque
aquí los patriotas del cinismo la dejasen durmiendo en la calle. Y ese defensor
de Derechos salvadoreño cuya razón migratoria es la amenaza con caretas de mara
y la policía de los derechos españoles le retiene en la puerta de la parroquia
y –con vergüenza y temor, dice él- le identifica en base a no sabemos qué
razones de “seguridad”. Y esa uvi hospitalaria que esta noche guardará los
sueños de un corazón cansado y roto de tanto esfuerzo, tanto cariño desgastado
y tanto empeño en mantener unida a su larga familia…
El paisaje de nuestra existencia nos regala estas vidas:
fuertes, tenaces, pletóricas… pero ellas, también, vienen cargadas de muchas
lágrimas de incomprensiones, dolores y anhelos frustrados por tanta injusticia.
Sentirnos ramas unidas en esa humanidad fraterna nos hace lagrimear juntas. Y
eso no evita dolores, pero los suyos y los nuestros son más llevaderos…
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