recordando los huevos compartidos con mis sobrinos: Yago, Carmen, Xavi
Hace montón de tiempo que no me asomo a esta ventana desahogo... No es, desde luego por falta de ganas o sentimientos que expresar. Hay gentes que lo cuentan tan bien... que expresan tan acertadamente lo que siento, que -seguramente- la envídia me paraliza.Pero esta mañana no quiero dejar de asomarme.
Llevamos más de dos semanas con la parroquia de http://www.sancarlosborromeo.org/ ocupada por personas llegadas a nuestra ciudad madrileña de diferentes lugares del pequeño globo terraqueo: El Salvador, Ucrania, Nicaragu, Georgia, Colombia, Venezuela... lugares de donde las personas están saliendo, huyendo, por esa guerra moderna -no declarada- que se llama capitalismo y dictadura. En Centro América van más muertos que en Siría. A las primeras nos referimos como conflictos de poder y a las segundas como guerras. Siempre según quién lo cuente. Algunos nos han afeado que acojamos a personas "fachas" y otros nos afean "acoger" a quien viene a quitarnos lo nuestro... Es complejo ciertamente, pero si algo hemos aprendido es que el ser humano que sufre, que huye y que se exilia no lo hace por frivolidad, ideología o comodidad.
Pues bien. Ayer tarde, en ese grupo de personas acogidas, había muchas pequeñas y pequeños. Su inquietud y cansancio se reflejanban en sus pequeñas caritas: ojos tristes, miradas incréduclas y mucho deseo de conocer, conquistar y jugar...
Una niña, desde el desayuno compartido con ellas por la mañana, me sorprendió por su cara triste. Sus pequeños ojos como pidiendo permiso para abrirse. Sus manitas arebujadas bajo el sencillo abrigo que la acunaba. Su cuerpo quebradizo sólo dispuesto a tomar un pequeño sorbo de "leche líquida".
El día transcurrió. La comida relajo musculos y pasamos la larga y tediosa tarde entre piso de arriba y piso de abajo. Los juguetes aparecieron, la solidaridad se hizo presente y, ya en la cena, aparecieron unos huevos kinder.
Al tener uno en su pequeña mano, su mirada era más de contemplación que de impetuoso deseo infantil de abrirlo y consumirlo. Pareciera como que la apuraba comenzar a deleitarse comiendóse ese pequeño huevo de chocolate con sorpresa. De repente, ante mi asombro, comienzan a resbalarle unas tímidas lágrimas sobre su blanco y angelical carita de niña de 8 años. ¿qué pasó? la pregunto. Y entre balbuceos tímidos me dice que se acuerda que "hace mas de dos años, no me puedo comer un huevo de estos"...
No sé si soy capaz de compartir las lágrimas que me estoy tragando estos días. Sobre todo al contemplar a esos niños y niñas que, tan pequeños en edad, andan ya sobrados de dolor, miedo e incertidumbre.
Nuestra dignidad personal, colectiva, como sociedad no será restaurada mientras haya un niño o una niña en la calle.
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