El niño, inconsciente y expectante, mira al frente. No sabe de políticas, ni de partidos. Quizás le suene algún famoso que vio en la tele y en su barrio el otro día.
Si el partido más a mano que conoce es el que disfrutó ayer en el campo de tierra de su barrio, con sus amigos, la política sigue siendo esa fémina que no se acerca a él no vaya a estropearla su indumentaria de peluquería y manicura...
Sin embargo este niño, de espaldas, vigilante ante su futuro sigue esperando. Pero no hay espera sin preguntas. Ni esperanza sin respuestas.
¿Quién será el responsable de que vista un pantalón roído? Y esas medias perneras ¿a quién le preocupará su aspecto al llegar al cole? ¿habrá desayunado esta mañana? La cara ¿la habrá lavado en su casa, según sale del grifo? Esta ¿será fría o tibia? Alguien se preocupará de preguntar ¿porqué va calzado de verano si la primavera comienza a saludar? Y cuando le propongan jugar al futbol en el patio de su cole ¿alguien pensará en cómo quedarán sus pequeños deditos tras atizar, con todas las fuerzas, sobre el esférico?
Este pequeño es presente. Es un ahora inexcusable de promesas reiteradas. Cuando todo a su alrededor se viste de gris, su color -el color de la vida, de la infancia postrada- resplandece como el niño de la fotografía.
Sabedor de su infortunio parece preguntar, a los partido, a los políticos, a cualquier ciudadano de bien que se atreva a responder: ¿qué hay de lo mío?
14 kilómetros marcan la distancia entre la exclusión y la inclusión. Esa distancia separa la Puerta del Sol, punto neurálgico de Madrid, de la Cañada Real Galiana. 14 kilómetros separan la costa europea de un continente empobrecido. Catorce kilómetros: una distancia muy larga para quienes se ven obligados a recorrerla cada día. Con este blog pretendo visibilizar y rendir homenaje a todas esas personas que peregrinan cada día por los márgenes de la exclusión.
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