Atravieso el Pozo, camino de la parroquia, y vuelvo a presenciar la misma escena. Remolinos de gentes, junto a periodistas, recordando aquella trágica mañana de 2004.
diferencia en el trato a quienes son sujetos de los mismos. Trato que diferencia claramente entre aquellos víctimas de un terror desconocido y quienes sucumben ante la iniquidad victimaria de personajes con rostros e identidad concreta y conocida.
Durante el día de hoy, con razón más que sobrada, se hablará de memoria. Se escucharán discursos haciendo memoria de los trágicos sucesos. Se realizarán gestos, religiosos y civiles, por la memoria de las víctimas.
Pero en ella, en la memoria de quienes han muerto, se establecen excluyentes agravios entre las víctimas del terror y las víctimas vencidas. A las primeras se las recuerda, homenajea, enardece... A las segundas se las ningunea, se las entierra con prisa y ceguera y, siquiera, hay tiempo para hacer gestos de adiós por las autoridades políticas y religiosas.
No habrá un futuro posible sin memoria de quienes cayeron víctimas del terror y la injusticia. Esta mañana, las manos de los exterminados -en los trenes y en las fronteras- se juntarán en ese misterioso espacio donde todos, al final de los días, llegaremos.
La historia ha de construirse desde los últimos, desde las víctimas de quienes detentan poderes inhumanos que hacen que la vida del otro sea insignificante. Si la memoria no es subversiva para que los victimarios cesen en su empeño, los tributos hechos para con sus víctimas serán, simplemente, bálsamos temporales para la ignominia y la infamia. Y de esta sabe mucho la historia de la humanidad.
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