Es como si todo a nuestro
alrededor se desmoronarse en pos de la efectividad, el cinismo o la corrupción.
Las personas ya no
tenemos rostro, historia ni cicatrices. Parecemos sombras de lo que fuimos.
Como estas siluetas que se asoman, en la fotografía, a las que es imposible
identificar, sopesar, reconocer.
Todo se pretende
transformar en sombras de lo real. Los Derechos Fundamentales se proclaman
vacíos, como aquella salmodia repetitiva que poco tenía que ver con la realidad
cotidiana de quien la recitaba. La honestidad personal se parece más a esos
bloques de nieve que en un mundo descuidado se van derritiendo sin parecer
importar mucho. La subida del nivel acuático acarreará desastres pequeños a la
deshonestidad. La ética colectiva parece más un principio a comprar como
reliquia en la tienda de “viejo”, que un
camino imprescindible a recorrer por quienes detentan cualquier responsabilidad.
Las sombras son frágiles.
Dependen del contraluz para su existencia. En esa fragilidad, instante
luminoso, parece jugarse hoy el reconocimiento de la existencia de muchos de nuestros
convecinos.
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