Me ha llamado la atención el mantenimiento de ciertas tradiciones. Costumbres ligadas, en este caso, a dicho acontecimiento funerario.
Priego de Córdoba |
Lo sobresaliente es que ocasionando un entuerto circulatorio no se escuchó un sólo pitido y, mucho menos, cualquier improperio ante las prisas ajenas, siempre comprensibles.
Además, algunos vecinos ajenos al evento familiar, sentados en sus sillas de nea a la sombra, bajo un sol sofocante, se ponen en pié haciendo ese gesto que tanto tiempo no observaba en los señores mayores: quitan su gorra descubriendo la cabeza en señal de respeto y último adiós.
Son simples gestos repetidos con rutina y tradición ancestral. Sin embargo a urbanitas como yo, dichos pequeños signos, me hacen refrescar el valor de los símbolos cuando estos se hacen desde lo profundo y muestran el valor de la vida humana. Aunque sea en un entierro...
Y seguro que de estas pequeñas e insignificantes señales tenemos montón a nuestro alrededor. Sólo es necesario, de vez en cuando, pasar la mopa de lo humano y dejarnos sacar brillo.
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