Nos conocimos, hace años ya, en San Carlos Borromeo. Como a tantas y tantos, nos vinculó un lugar donde no había muchas puertas que franquear para hacer de él un espacio de acogida, entrañable, donde todos podíamos participar.
Siempre nos sorprendió su locuaz claridad al definir sus problemas de salud mental. Las definiciones que de sí misma hacía, eran de una sencillez que rallaba lo esperpéntico. No sé si por la veracidad o contundencia que alguien puede tener de su estado mental.
Sus formas externas parecían ser viva expresión del revuelto interior en el que habitaba. De repente toda ella: grande, voluptuosa, entrada en carnes... aparecía vestida con la equipación del fútbol club barcelona. Otro día, en primavera recuerdo, vistió de verde -como esas hojas grandes de morera que asombran la entrada parroquial-, llamativo y esperanzador. Cuando no entraba, allá por cuaresma, a la celebración dominical tocada con una especie de mitra que despertaba la más feroz de las risas en la concurrencia, así como esa entrañable desesperación de alguien querible pero un tanto fuera de cobertura.
Así era nuestra Farida. Una mujer sin más raíces que el recuerdo reiterativo de una familia a quien ella no dejaba en muy buen lugar pero de quien añoraba tener cerca. Su casa, como su expresión afectiva, siempre abierta a que la llenásemos de gente. Cuando se solicitaba alguna habitación, ahí estaba ella: "padre Javier, en mi casa puede quedarse, pero padre Javier, que sea buena persona".
Y esa bondad es la que rezuma su memoria. Intempestiva y locuaz, su presencia entre nosotros no será fácilmente olvidada. Mujer grande con corazón enorme y sentimiento, decía ella, muy roto de tanto sufrimiento.
Esta mañana cuando la buena de Blanca -auténtica ángel guardián de esta alocada amiga- nos ha contado la noticia de su fallecimiento, el corazón nos dio un vuelco: ¿cómo pudo ser? ¿en qué circunstancia?
¿Tan grande es el dolor de la soledad que el sueño eterno parece ser la única caricia que los desterrados de la sociedad, en algunas ocasiones, reciben sin menosprecio?
Montón de anécdotas y recuerdos se amontonan en mi corazón lloroso. Cuántas llamadas sin responder "padre Javier, no me olvide", "padre Javier, les quiero mucho"... Cuantos silencios por mi parte ante las llamadas, en ocasiones enceladas, de quien tanto amor necesita y tanto cariño reclamaba.
Así a partir de hoy, las celebraciones del nacimiento del mesías estarán íntimamente unidas a la memoria de Farida. El Salvador que nos trae vida y la muerte -de Farida- que viene cargada de expectación, dolor y esperanza.
14 kilómetros marcan la distancia entre la exclusión y la inclusión. Esa distancia separa la Puerta del Sol, punto neurálgico de Madrid, de la Cañada Real Galiana. 14 kilómetros separan la costa europea de un continente empobrecido. Catorce kilómetros: una distancia muy larga para quienes se ven obligados a recorrerla cada día. Con este blog pretendo visibilizar y rendir homenaje a todas esas personas que peregrinan cada día por los márgenes de la exclusión.
Sorprendida por la noticia, me parece estar viéndola tal como tan bien tú la describes… Recuerdo cuando en una celebración, nos relataba lo mal que lo estaba pasando otra persona a la que ella conocía, y cómo nos pedía colaboración y apoyo en una denuncia que ellas no podían hacer…
ResponderEliminarY me vienen a la cabeza los versos de una canción de Arjona:
“La soledad son ese montón de sonidos que no escucha nadie,
pero que hacen demasiado ruido…
La soledad, es la compañera, la del miedo, la de los futuros inciertos,
la del camino, la búsqueda...”
Un abrazo grande, Javi.
Toñi