domingo, 13 de noviembre de 2011

... súbita

Son las siete y media de la madrugada, para ser domingo, cuando suena la voz temblorosa de Jorge. Minutos después estamos corriendo camino del gallinero. Un bebe, de seis meses, ha fallecido. Los vecinos rumanos llaman desesperadamente a los teléfonos de todos "veni, veni, bebe morto".
La furgoneta, achacosa y fría, enfila la carretera de valencia a tal velocidad que tengo la sensación de que las llantas no tocan el alquitrán. La carretera despejada se me hace eterna. Sin coches, Madrid amaneciendo y el sol de cara saliendo por el este.
Llegamos y nos encontramos el trágico cuadro. Montón de coches policiales, un furgón del samur y -como canta sabina y es habitual en el gallinero- "mucha, mucha policía". Secretas, uniformados, municipales, educados, maleducados... hay de todos los colores policiales.
cordón en la puerta de entrada chabola
Nos acercamos a la chabola y el corro de familias rodea el cordón policial que los agentes han impuesto alrededor de la puerta de la chabola. Los gritos del padre, dentro de la chabola con el cadáver de su bebe, parten el alama como una daga afilada. La madre, sin consuelo alguno, deja caer un alarido de dolor in-contenido. Los niños revolotean tras el cordón, los vecinos nos inquieren qué ocurre dentro de la chabola. El agente que parece estar al cargo de tanto policía -es el único que lleva el laurel del hombro rodeado de un marco- nos permite la entrada.
La fotografía, dentro de la chabola, es desoladora. Los jóvenes padres se acercan al cadáver de su criatura, en la cuna, como dormido, pretendiendo exhalar la esperanza posible para intentar devolver la vida a su pequeño retoño. Los médicos ya han certificado la muerte. Los psicólogos del samur proceden acertadamente saliendo de la chabola: nadie les reconoce, no les han llamado. Incluso en este momento tan delicadamente privado los servicios sociales les imponen "su ayuda". No se preocuparon de proveer vivienda, ni alimentos, ni trabajo, ni desayunos, ni ropa, ni... pero ahora envían a unos profesionales que imponen su atención.
Afuera la mañana va levantando y el grupo de arremolinados detrás del cordón policial va aumentando. Los vecinos lejanos van conociendo la luctuosa noticia y se acercan. La solidaridad y el dolor se apoderan del campamento, así como la sordidez de la pobreza y la miseria les tiene atrapados.
Llegan más policías. El morbo también les atrae. Van pasando, como escaparate de ofertas, a ver la pobreza muerta. El despojo de nuestra sociedad mostrado sin ningún pudor. Curiosamente, algunos agentes, se alteran y alarman cuando los móviles comienzan a hacer su aparición con el fin de fotografiar el cadáver de la criatura. Claro que nos llama la atención, pero es su cultura. Sus formas de mostrar respeto y condolencias no se parecen a las nuestras. Pero son  las suyas y, por tanto, absolutamente respetables.
Aparece el médico forense. Los vecinos, como títeres convidados ante "las autoridades", abren un pasillo silencioso para que este profesional certifique la muerte. Efectivamente: muerte súbita. El médico reconoce lo bien hidratado, cuidado y limpio que está el bebé, ya cadáver.
Sin dar siquiera el pésame a los papas -la gente importante llega, dictamina, decide y se marcha-. No entiende, esta gente importante, de historias humanas. Debió pensar que esa criatura muerta, a quien reconoció, había sido cuidada por un meteorito. Que no tenía padres o hermanos doloridos. Así es esta gente importante, tan fríos, tan distantes que su misma forma de actuar revela su indignidad.
La espera se hace cansina. Los gritos de dolor aparecen, entre los vecinos y familiares, cuando menos lo esperas. Las correrías de los niños se mezcla con el enfado de los agentes por traspasar el cordón. El furgón del mortuorio se hace esperar. El tiempo parece haberse detenido y los dolores prolongarse. La extenuación de la joven madre parece no finalizar.
Llega el furgón judicial. El silencio es atronador. Se hace un pasillo para que los trabajadores de la funeraria puedan subir el pequeño terraplén con su camilla. Los padres y abuelos están dentro. Los gritos de dolor no tiene resuello. La tensión dentro de la chabola se contagia a toda la vecindad. Los niños lloran, las mujeres de tiran del pelo y los hombres se sacuden fueres golpes en el pecho.
Sacan la camilla. Que catre tan grande para un pequeño cuerpo envuelto en una sábana. El joven padre no sabe qué hacer y se daña, grita y se golpea violentamente el pecho. La madre atendida por otras hermanas y familiares parece desvanecerse ¿cuánto dolor?
En silencio, en un pasillo amistoso abierto por la vecindad, resonando los gritos de dolor de los jóvenes padres, marcha el furgón. En un grito, que conforman una letanía, los vecinos y familiares han rodeado a los padres y abuelos. La pena se apodera del poblado. La vida, de este pequeño, apagada prematuramente sobrevuela a los otros jóvenes padres que tienen hijos de la misma edad. ¿Será el dios, se pregunta uno?
El primo, que no llega a cumplir 10 años, nos lanza una mirada desgarradora y afirma con tragedia inocente "tengo mucha pena". El hermano mayor del finado, que no alcanza los cuatro años, revolotea llorando sin saber muy bien de qué mano asirse.
Nos marchamos. Es difícil decir nada. Las víctima son un rayo en la primavera de la vida. La muerte de un niño es un nubarrón en la historia. El fallecimiento de un niño pobre es volver a reescribir la pregunta que que lanzaron los incrédulos ciegos a Jesús: ¿cuando te vimos?

2 comentarios:

  1. Dolorosa realidad.Lamentablemente,a lo largo del mundo,los más vulnerables siguen recibiendo golpes,literales y metafóricos.

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  2. Pasan cosas a nuestro lado de las que no queremos ser conscientes. Nos ponemos la venda para que los que más sufren sean invisibles y no molesten nuestra tranquilidad. Vivimos inmersos en luchas cotidianas, y es verdad que queremos cambiar el mundo, pero a la vez rechazamos a los que más necesitan nuestro apoyo, nuestra solidaridad y nuestro trabajo por la justicia. Descanse en paz este pequeño.

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