Nuevamente, como el invierno que suavemente se va entremezclando con los calores tardíos, el tiempo de adviento para los cristianos hace su presencia en unos tiempos complejos, difíciles y tensos. No sólo por el presente. Lo inquietante es que el futuro parece presentarse como el anverso, precisamente, de la esperanza.
Siendo una persona de esperanza, advierto la fragilidad de ésta cuando uno anda con los pies en el barro.
Las luminarias de los poderes crean grandes sombras en nuestra sociedad. La luz parece tenue junto a tantas vidas masacradas, empobrecidas, asoladas.
No podemos hacer del Adviento un empeño voluntarista por vivir en paz, sonriendo y dejándonos arrumbar por esos cantos de sirena que nos invitan a quedarnos tranquilos en nuestro confort. Resignarnos a lo que hay o secuestrados por nuestras seguridades económicas, afectivas o ideológicas.
No, eso no trae la ESPERANZA.
Construir esperanza, vivir el ADVIENTO, es estar vigilantes, mirar en las sombras de lo que deslumbra, agacharnos, embarrarnos para poder descubrir que la vida, con mayúsculas, aparece cerca de nosotros. Hoy es Honduras y su violencia sistemática. El gallinero y su incierto futuro. Los chiquillos presos por pobres. Inmigrantes desbordados de dificultades. Jóvenes perdidos en el torbellino del consumo. Familias apagadas por no tener qué llevarse a la boca.... Ahí, en esas sombras, tenemos que anclar nuestra esperanza.
14 kilómetros marcan la distancia entre la exclusión y la inclusión. Esa distancia separa la Puerta del Sol, punto neurálgico de Madrid, de la Cañada Real Galiana. 14 kilómetros separan la costa europea de un continente empobrecido. Catorce kilómetros: una distancia muy larga para quienes se ven obligados a recorrerla cada día. Con este blog pretendo visibilizar y rendir homenaje a todas esas personas que peregrinan cada día por los márgenes de la exclusión.
Debemos resistirnos,siempre,a perder la esperanza.
ResponderEliminarUn abrazo,
Diego