domingo, 27 de febrero de 2011

Justice

Hay que ver las cosas que ocurren. Comienza la mañana en entrevías, entre preparación de la paella y descubrimiento de una obra de arte que el amigo artista Siro López ha cedido a San Carlos con el fin de que la gente de la asamblea dominical la vea y opine. Aparece una mujer negra, joven al parecer, que quiere hablar con el cura.
Cuando puedo entramos al despacho y me espeta "llevo cinco meses con este pequeño de cuatro años y medio, no soy la madre y me han dicho que usted se lo quedaría". Quedarme con el niño era complejo, pero seguro que sí me he quedado totalmente descolocado. Abrumado por
semejante declaración aviso a Pepe, entrañable y necesario confidente de estas ocasiones, que sigilosamente aparece y comenzamos a preguntar a la mujer aquello que torpemente se nos iba ocurriendo. Esquiva y con miedo, "tengo mucho miedo nos confiesa en distintas ocasiones" entre un sollozo desbaratador, nos explica cómo le llegó esta criatura, por qué no se ha dirigido a servicios sociales y cuál es su pretensión trayendolo a San Carlos. La decimos que nosotros no podemos hacernos cargo de la criatura, que la llevaremos a Fiscalía con el fin de comenzar un protocolo de protección. Nos facilita un teléfono en Marruecos, dice ser del padre de la criatura y tras reiteradas llamadas no somos capaces de comunicar con él.
La mujer, que ha traído al pequeño con una bolsa de ropa, pide ir al servicio y desaparece.
Hemos llevado al pequeño de cuatro años, con lengua medio trapo entre ingles y castellano, a la Fiscalía donde después de formalizar lo formal y decidir ingresarle en un centro de primera acogida, nos ha permitido llevarle nosotros en coche con el fin de no someter al pequeño a más holas y adiós.
En el centro lo hemos pasado realmente mal. Acompañado por dos compañeras, la despedida del pequeño ha sido tremendamente angustiosa. Además de llamar a esta jóvenes de la parroquia "mama" tras escasas tres horas de habernos conocido, al pequeño se le saltaron las lágrimas al decirle que se tenía que quedar en ese colegio con otros niños. Cuando le cogí y se me abrazó, al depositarle nuevamente en el suelo tras darle un beso, me pareció que también de muy adentro dejaba algo muy mío. Algo interior pareció desgarrarse.
Tras las lagrimas, contenidas en mi caso y explicitas en las compañeras, no puedo parar de pensar, durante toda la tarde, cuán duro es la existencia para muchos seres humanos. Con cuatro años y medio sólo hoy -sabe dios cuantas manos y cuántas casas en tantos días- ha venido con una mujer, pasó un rato con otras personas y es nuevamente confiado a otras terceras. ¿Puede una criatura en pleno crecimiento abrigar más desolación?. Como decía la compañera, hay que ver que desarraigo tiene que siendo tan chico es capaz de encandilarse tan profundamente con cualquiera que va apareciendo en su vida.
Seguramente la realidad nunca satisfacerá a este pequeño que, como él mismo nos reiteró en distintas ocasiones, se llama justicia. Qué justicia es aquella que a lo más vulnerable de nuestro mundo lo desarrapa sin entrañas cuyos ojos vivaces están, a tan tierna edad, sonrojados de lagrimas de saludo y despedida?

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