Más allá de las exquisiteces culinarias que se presentaron y las perras recaudadas, quiero traer esta tarde, a esta ventana, el privilegio que supone poder vivir entre gentes tan entregadas a cambiar este mundo en el que vivimos.
Colectivo que tras más de 20 años de andadura sigue manteniendo unos principios fuertes e inamovibles: el encuentro personal y la opción entrañable por las personas que habitan la exclusión. Y esto desde una gran diferencia vital e ideológica que no hace sino animar el descubrimiento de nuevos horizontes y formas de hacer.
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Esta gran familia que entre tantos hemos ido pariendo va siendo un oasis donde dejarnos caer cuando el desánimo y las dificultades parecen ser la condición imprescindible para vivir. Ese tejido de entraña humana que acoge, acuna y revitaliza las situaciones más difíciles y truculentas por las que se pueda transitar.
La tarde de ayer fue de esos momentos de familiaridad y camaradería en la que todos los presentes tenían como frente común disfrutar haciendo disfrutar al vecino. Donde no hubo empeño por sobresalir y sí premura por servir. Donde lo trabajado con esfuerzo y delicadeza no sólo se compró habiéndolo ofrecido uno mismo, sino que al final entre charla, saludo y agradecimiento se fue deleitando con un chocolate oscuro y espeso como los abrazos que circulaban alrededor de unos y otros.
En fin un canto a la solidaridad y a la esperanza de que todos somos necesarios e imprescindibles en ese empeño común por soñar que el futuro es mejorable
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