Después del día de ayer, recordaba anoche acunando mi cansancio, aquellas estúpidas palabras (o palabrotas) que me dijo un vicario episcopal de vallecas cuando se enteró de que se celebraría una fiesta en el espacio donde también hacíamos las celebraciones dominicales: "ese espacio queda desacralizado". Que majadería. Si precisamente la fiesta, la acogida a los más pequeños, la felicitación a quienes tantas malas noticias y regalos reciben de la vida... si todo esto que vivimos es lo que hace que nuestros espacios y vidas sean lugares de Dios.
No tengo duda alguna: ayer, entre juguetes, asombros y carreras de los más pequeños el dios de Jesús volvió a visitarnos para que no paremos. Para que seamos capaces de transformar ese carbón con el que nos empeñamos los adultos en oscurecer el horizonte de niños pobres. Que este horizonte sea revuelto y la vida se les transforme en un camino de oro, incienso y mirra.
Los reyes, un año más, vuelven con su magia mostrada en el esfuerzo de muchos adultos de bien que no tenemos más empeño que procurar felicidad y alegría a aquellos a quienes esta sociedad tan carbonatada se empeña en hacerles tropezar y, encima, hacerles sentir culpa de ello.
Los Reyes majos siguen llamándonos a transformas nuestros espacios en achuchones, caricias y gestos de felicitación. Brindemos por ello y por lo que esto nos trae de felicidad y cariño.
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