Amanece la ciudad entre tinieblas. La niebla ha venido y todo parece tener un color fantasmal. Sin embargo, los fantasmas peligrosos no son los que parecen dibujar los árboles de la calle, cuanto aquellos que parecen impedir a algunas personas poder diseñar su propio futuro.
Ayer por la mañana despedíamos, con el corazón atenazado de emoción, a esa pareja de rumanos que durante más de un mes ha okupado el comedor de San Carlos. Vinieron porque el Ayuntamiento de Madrid -cuyo alcalde brindaba esos mismo días el consistorio a la virgen de la Almundena- ordenó derribar su casa sin darles otra alternativa que la puñetera calle.
Esta pareja había venido a nuestro país hacía más de ocho meses buscando alguna alternativa para poder alimentar a los ocho hijos que habían dejado en Rumanía, su país de origen. Hijos entre 20 y 4 años que vivían al cuidado de un hermano en una chabola de una ciudad cercana a Bucarest.
Pues el pasado jueves les llaman para decirles que el tío ha sido arrestado por coger leña para el fuego y que las otras siete criaturas han quedado al cuidado de... no se sabe bien de quién. El hecho es que los dos más pequeños, de 4 y 6 añitos, han tenido que ser hospitalizados con hipotermia y la situación es delicada.
Hay que ver que lagrimones les corren a la joven pareja de padres, él 32 y ella 36 años, mientras nos cuentan la situación y desesperadamente solicitan, con dolor y vergüenza: ¿qué podemos hacer?.
Inmediatamente buscamos dinero, billetes de autobús y ropa. Mucha ropa. La sensación de fracaso "vital" les asalta en cada mirada y gesto. Las pocas palabras en castellano que saben se tropiezan con las lágrimas, la emoción y la decepción. Sólo atinan a dar las gracias. Los maletones de ropa se van agrandando con las lógicas dificultades de poderlos llevar en el autobús. Viaje que tardará tres días en llegar a la capital rumana más otro tanto hasta poder recorrer los 300km que separan su ciudad de esta.
La joven madre, después de recorrer chinos de ropa con nuestras madres, en medio del dolor y el desengaño por un viaje a España frustrado en sus pretensiones, sólo acierta a decir "mis hijos nunca tuvieron tanta ropa y tan nueva".
Embarcan, las maletas llenas de ropa, el bolsillo con los pocos euros que hemos podido conseguir, los lagrimales purisimos de tanto llorar y el corazón hecho añicos ante tanta adversidad. Cuanto dolor es capaz de soportar el ser humano?
Al fondo de casa suena el "dime niño de quién eres..." y entre villancicos y recuerdos me asalta la respuesta: son nuestros, de quienes hemos tenido la suerte de saber de su historia, compartir retazos de su vida e intentar consolar esa congoja que supone volver a casa sin un duro ni un futuro que ofrecer.
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