Se sigue planteando, la prisión, como la separación de aquellos que molestan / atentan / estorban / protestan. Esta situación no sólo tiene un efecto perverso al externalizar de la vida cotidiana a unos ciudadanos en condiciones excepcionales, cuanto el efecto de agudizar dolor y calamidad a las familias de las personas presas: transportes muy limitados, enclaves físicos alejados de núcleos urbanos, citas de visita determinadas, identificación con huellas, fotos y otras formas…
La prisión provoca tal vértigo en quien pasa por ellas que la reinserción es tremendamente difícil. Más difícil cuanto más tiempo se está privado de libertad. Esto, además, hace que la privación de libertad se transforme en una especie de “mochila” de la que la persona que estuvo en prisión no puede desprenderse y afecta seria y profundamente a su vida. La mochila de la anormalización: luces encendidas, puerta del baño, manos a la espalda, permiso para coger galletas…. Esto hace que la cantidad de “tiempos muertos” acabe provocando lo que señala el mismo estudio.
Quizás el tejido social estemos demasiado callados respecto a la situación que se vive en las prisiones. Falta la denuncia y esto colabora en la imagen mediática que se transmite: piscina, plasma y guarderías para los hijos de las presas: guerra de pobres contra pobres.
Siguen siendo los “pobres” quienes con mayor frecuencia y recurrencia habitan las cárceles. Parece que la “privación de libertad”, como las grandes fortunas, se hereda sin ningún tipo de control ni ruptura generacional. El imaginario social ha renunciado a poner en crisis la respuesta “carcelaria” a la resolución de conflictos. Cada vez más pena, más privación de libertad, más dolor,… De hecho se puede hablar de unas 7000 personas actualmente presas que son de las llamadas “personas sin hogar”. Es evidente que la “cárcel añade más exclusión a la exclusión”.
Los primeros grados constituyen la cara más perversa del sistema penitenciario que tenemos. Esa dialógica: te quiero y por eso te mato, es la que reproduce el binomio tratamiento mayor encerramiento. Tenesmo que ser capaces de romper esas dinámicas absolutamente deshumanizadoras para quien las impone, las ejecuta y, sobre todo, las sufre.
Así mismo hemos de contrarrestar la opacidad política ante el tratamiento dispensado a personas inmigrantes presas. La ideal propuesta de “residencia a prueba” ha de ir calando en la sociedad. No podemos contentarnos con la sola libertad, esta ha de tener necesariamente oportunidades reales para disfrutar de ella.
Nos unimos a esa esperanza, en medio de tanto dolor, que muestra este estudio sobre la “cárcel del siglo XXI que vive el preso”: seguir apostando por la orientación reinsertadora de las penas, la perfectibilidad humana, el cultivo del diálogo entre las personas y la atención a sus necesidades como presupuesto de la responsabilización y reparación de los daños infligidos por el delito.
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