Sin embargo cuando esta palabra se contextualiza -por ejemplo con la foto-, cuando la grita una persona que ha estado más de treinta años -si, si no me equivoqué- privado de libertad, dicha palabra resuena de una manera especial. Y seguro que habrá de todo. Algunos pensarán que "ha sido poco", otros más condescendientes que "algo habrá hecho", alguno "que barbaridad" y otros "vaya reto".
Y seguramente, esta última expresión es la que en muchos momentos hemos vivido al recibir en nuestra casa a una persona que ha pasado esos años entre rejas. Un verdadero reto ante un futuro complejo y amenazador. Un reto para rescatar todos esos años perdidos en el encierro. Un reto de complicidad y paciencia para desterrar, una vez en libertad, tantas secuelas como ese encierro prolongado ha creado en la persona.
Esas puertas numeradas que dejaran paso a la propia responsabilidad, la toma de decisiones que nos hace crecer, tropezar para aprender. Esas bolsas que atesoran todo lo que en treinta años una persona ha sido capaz de acumular en cualquier cárcel de nuestro estado.
Recobrar la libertad, haber pagado por los errores cometidos en una maltrecha y enganchada juventud, se torna muchas veces toda una heroicidad. Cómo organizarse responsablemente. Cómo asumir la frustración inevitable al comprobar que la sociedad que me encerró y que me dice: "sal", no me acoge, tiene prejuicios, me sigue tratando como a un presidiario. Saber que la juventud no es eterna y que me encuentro fuera de cobertura. Que los amigos que no marcharon tienen su vida construida. Que los hábitos durante años aprehendidos y conservados en la cárcel sólo son impedimentos para vivir el libertad...
Sin embargo esta, la amada libertad, no dejará de ser un sueño anhelado por todo ser racional, con cordura, con responsabilidad.
Haber pasado más de treinta años encerrado pone sobre la mesa del fatídico discurso social el fracaso mismo de la sociedad. Nos convoca a todos, presos, libres y liberados a seguir apostando para que ese sistema cruel, ineficaz y deshumanizado que son las prisiones dejen de tener sentido y apoyo en un futuro inmediato.
Como gritó este hombre de casa: !libre! para poder comenzar a ser persona.
Con él estamos y seguro que, entre todos, lo conseguiremos.
Me recuerda a esas personas a las que les dan un bebé y tienen ganas y miedo de cogerlo. Deben pensar que por mucho cariño que le pongan, si cogen el bebé en brazos, pueden no medir bien sus fuerzas y acabar liándola. Así agarran la libertad. Con la inercia de la privación.
ResponderEliminarY por eso uno anda con mucho cuidado. No sé cómo sería. Yo me lo imagino gritando ¡libre! pero gritando bajito. Para no molestar a los vecinos...
Poco a poco.
La enhorabuena de mi parte.
“Cuando uno ingresa [en prisión], pasa por un portón que debería decir: este es el infierno. Al preso, que han obligado a desnudarse, le esperan dos jaurías: una de rottweilers embravecidos, entrenados para aterrorizar. Los contienen a pocos centímetros de nuestros cuerpos. Ladran tan cerca que se siente el vaho de su aliento en la piel. La otra es la jauría humana. Ésa está entrenada para intentar despejar al hombre de su dignidad”. Jacobo Silva, expreso.
ResponderEliminarA pesar de esta experiencia, bienvenido amigo; sabes que cuentas con una familia, un grupo de apoyo, y con todo nuestro cariño para darte la mano cada vez que lo necesites, para aprender juntos a vivir otra vez al aire libre, y si como dice Calamaro en una canción: "la vida es una cárcel con las puertas abiertas", procuremos mantenerlas siempre asi, abiertas y sin aislamientos, para poder estar juntos.
Toñi.