miércoles, 13 de enero de 2010

se puede hacer de otra manera...

Llevaba toda la comida, compartida con unos amigos, reflexionando acerca de lo que había vivido por la mañana en un Juzgado de Menores de una ciudad cercana a Madrid.

Sin embargo, al acabar de comer, recibo una llamada alteradísima de uno de casa diciéndome “la policía está aquí dentro identificando a todo el que se asoma por la entrada de casa”… Como es lógico la fabulosa ternera se me atragantó y comencé una desatada carrera telefónica intentando que algún amigo se acercará a ver qué atropello era ese.

Pues sí; de un atropello se ha tratado cuando tres jovenzuelos de la policía nacional se han pertrechado, vestidos de uniforme, en mi casa diciendo que algún vecino les había dicho que en algún piso segundo de alguno de los ocho portales que formamos la mancomunidad había mucho ruido. !¡!¡ El asustado joven que les abre la puerta, de Senegal, sin papeles y con más miedo a la policía que el que tenía yo al rector cuando faltábamos a su clase, es obligado a identificarse e identificar a quienes y cuantos vivimos en casa.

¿Con base en qué? ¿A que alguien les dice que en algún sitio han oído algún ruido muy alto???? ¿Y eso es motivo para entrar en un domicilio particular y pretender identificar a todo menesteroso que anduviera durmiendo la siesta? ¿Es que el color de la piel es indicio de tener que tomar medidas de prevención de la seguridad? ¿No nos habían dicho que el domicilio es inviolable, incluso para las Fuerzas de Seguridad? ¿Es suficiente un supuesto ruido denunciado no se sabe muy bien dónde para alterar de esa manera la convivencia y la vida de quienes aquí vivimos? ¿Porqué los agentes no intervienen con la misma chulería, prepotencia, altanería e inconsciencia allí donde se está vendiendo droga? ¿Por qué no incordian con la misma frecuencia a empresarios que explotan a trabajadores sin papeles?

Bueno, como se ve, la indignación que tengo es altísima.

Pero es verdad, también es verdad, que el blog de hoy no quería empezarlo como ha ocurrido. Por tanto lo acabaré como estaba previsto.

El título hace referencia a lo que quería comentar. Y es la posibilidad de poder hacer las cosas de otra manera. Esta mañana, en un juzgado de menores, he asistido atónito a lo que debiera ser habitual en la impartición de justicia entre ciudadanos: un juez dialogaba con un menor de manera simétrica. Cada uno en su lugar, sin confusiones, pero con tal respeto hacia el menor por parte del Juez adulto que hasta la confianza y el "tuteo" han posibilitado que una "medida judicial" pueda reconvertirse en una intervención educativa.

Cuando el menor en un centro de internamiento le confesaba amigablemente a su señoría que en la cárcel de niños todos sus "educadores" le dicen que es malo, éste -juez y adulto- ha sido capaz de transmitirle al menor "irremediablemente condenado" que él eso no se lo creía. Que si siendo juez le había metido preso, ahora tenía clarísimo que esa medida había sido un error y no se puede prolongar por más tiempo. Que él tenía potestad -si el menor estaba por la labor- para demostrar a todos sus educadores y demás atendedores que un menor no puede ser naturalmente malo.

Que cara de sorpresa y confianza se le ha puesto al pequeño. Aquél a quien todos los niños y quienes estamos a su alrededor revestimos en ocasiones con poderes dictatoriales, se ponía a su altura, le confesaba su confianza y le animaba a emprender un nuevo camino que le ayude en un futuro.

Menos mal que el atragantamiento policial se puede deglutir con estas ocasiones privilegiadas a las que uno asiste en donde un adulto y un niño, un juez y un preso, son capaces de juntar sus fuerzas y empeños para enderezar los caminos anteriormente torcidos.


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