lunes, 13 de abril de 2009

Desde Barajas

Me llega carta de un chaval que está en un centro de rehabilitación.
Su vida tiene más parecido a una carretera terciaria llena de curvas y baches que a una linda autopista. Casi todo han sido tropiezo tras tropiezo. Sin medida. Cada caída un golpe más duro. Eso sí, también ha mostrado una capacidad de supervivencia admirable.
Sorprende, en la misiva recibida, la valoración tan estupenda que hace de todos nosotros. Es alentador tanta fogosidad. Y además una responsabilidad que evita encumbramientos.
Sin embargo me estremece pensar en eso que señalaba antes: la cantidad de caídas que estos chavales son capaces de tener por la maldita droga. O más que maldita droga, gran vacío existencial. Eso que estudiábamos en filosofía -y que entonces era inexplicable y aburrido- hoy, en muchas historias de chavales, se evidencia como su gran pobreza. Ante la dificultad, que por otro lado la hay y mucha, la puerta de escape sigue siendo el consumo. Y este, en extremo.
Me asalta la duda de cuándo las personas "tocamos fondo". Hay existencias tan infernales, que pareciera precisamente el fondo el lugar de vida por excelencia.
Pero también es verdad que en ocasiones, como esta que comentamos, la persona es capaz de parar, mirar hacia atrás, ver lo perdido y pretender volver a tomar su vida en sus manos. Y entonces viene el recuerdo de "aquellas cenas", "sois mi familia", "cuando fuimos de excursión...". Momentos que jalonan también una existencia tan descalabrada.
Y llega la sorpresa: cuando parecía que todo estaba perdido, hecho añicos, sin remedio... se impone esa fuerza interior -personal y comunitaria- que posibilita ser capaces de sacar lo mejor de nosotros mismos y ponernos a luchar. Luchar, en primer lugar, contra nosotros mismos para poder luchar contra esas circunstancias que colaboran en el ocaso de dicha vida.
Si en su memoria quedan la "cantidad de besos" que nos ofreciamos, aunque se transiten infiernos inexpugnables, siempre queda la esperanza de asistir a verdaderos milagros en estas vidas tan tortuosas.

2 comentarios:

  1. Para que yo entendiera su situación él, que era alguien muy querido por mí, me decía: "Cuando me drogo, no me importa nada, absolutamente nada. Mi vida se reduce a tratar de conseguir la siguiente dosis... y asi todos los dias, todos los minutos, todos los segundos..."
    Descubrí que estaba dentro de una cárcel tan dura o más que la que antes habitaba, y que drogarse no era, como se argumenta por ahí, un "vicio", sino una necesidad. Por eso cada vez que intentaba luchar por otra forma de vida, le valorábamos tanto el esfuerzo. Porque ese esfuerzo tiene mucho más valor de lo que imaginamos. Y sobre todo después de tantas recaídas, de ese viacrucis particular que tantos recorren a diario. El nos hacia sentir como ese Simón de Cirene del que nos hablaban en el cole, nos pedia que le ayudasemos a soportar un terrible peso.
    Parece obvio lo que nos dicen los expertos: para que alguien detenga el consumo de drogas, tiene que cambiar su estilo de vida. ¡cómo si fuera asi de fácil! ¡cómo si las bajadas emocionales, los desarraigos, los vacios, los miedos y tanta rabia interior se pudiesen desbloquear sólo con desearlo! Por eso, tantos en las mismas circunstancias, en plena lucha, y como único recurso a su alcance, recuerdan los abrazos que alguien les dio, los dias bonitos pasados juntos, las lágrimas compartidas y la seguridad de que ahí, al alcance más o menos de su mano, tienen amigos, familia, hermanos....Como bien dices, Javi, valoran mucho lo que reciben porque saben que alguna vez optamos por el compromiso de luchar por la vida....y siguen esperando, como Lázaro, que una voz les diga:_"Levántate y anda."

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  2. Dice un cantante de rap:

    "No nos drogamos para pasarlo bien, sino por lo ´mal que lo pasamos."

    Me gusta eso de compartir besos, aunque sea en el camino del infierno.

    Avanti tutto a toda vela............

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