Hay personas que son tan extraordinarias, como Luis, que aún con poco tiempo de relación -y la mayor parte por teléfono o a través de sus lúcidos escritos- dejan una huella tremenda.
Este hombre bueno a quien conocí hace años en su Palma querida me llegó desde el primer momento que nos vimos. Me habían invitado a unas charlas de Amnistía Internacional. Ellos, Concha su inseparable mitad, me acogieron en su preciosa casa de la maravillosa isla canaria.
Playa volcánica La Palma |
Luis con su inagotable sabiduría y su empeño continuo en vivir todo lo que hiciera como servidor público y seguidor de Jesús me embelesó. Su autoridad era la que manaba de esa invitación evangélica de ocupar los últimos lugares. Su referencia al Jesús histórico no eran un cúmulo de citas sapienciales sino un intento por descubrir lo sencillo y fundamental de la propuesta de Jesús. Y esa, pienso ahora, fue lo que me encandiló.
En un hombre ya mayor, descubrir esa frescura de libertad, preocupación por los últimos y ocupación en brindar felicidad y paz a los cercanos... me pareció que había mucho del dios de la Vida.
Me entristece no haber podido acudir a decirle adiós en persona. Me queda la satisfacción de que su vida, libre ya en las olas del mar querido surcaran tiempos y espacios, y seguiré recordando a aquel hombre de cuerpo grande y corazón enorme.
Inquieta pensar que hombres de este tamaño no ocupen portadas principales de medios y noticiarios. Sin embargo encalzonados millonarios nos incordian con sus dolores, desfalcos u obras de caridad. En qué mundo vivimos?
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