Llegamos sobre las 19h., tal y como habíamos acordado, a la plaza de las Vistillas. Se comienzan a acumular recuerdos. Las altas paredes de ladrillo visto del Seminario, guardaron muchos dolores y esperanzas durante los dos años que me tocó vivir entre ellos durante la formación para ser cura. El Sol calienta y las vistas de la casa de campo siguen siendo impresionantes según avanzamos a la Catedral. Acudimos convocados por familias desahuciadas de sus viviendas con el fin de solicitar ayuda a la Iglesia ante la situación -quedarse sin casa- en que la mayoría de ellos se encuentran.
Valla Catedral Almudena |
El grupo de familias que han sido desahuciadas, y quienes próximamente lo serán, ya han entrado en el templo. Todo se hace con un absoluto respeto. Nada de algarabías, ni carreras. Se han sentado en los fríos bancos esperando el comienzo de la misa, tal y como estaba anunciado en el programa que hay colgado en la página web de la catedral. Para sorpresa de quienes estaban dentro, y así nos lo comunican, no comienza ninguna celebración, no aparece nadie. Solamente muchos turistas colgados a sus cámaras y las personas encargadas de la custodia del templo pululaban por dentro de este. A fuera comenzaba a llegar más gente, así como un numerosos grupo de periodistas. Curiosamente, a las 20h., se anuncia que el templo procedía a ser cerrado y había que abandonar dicho lugar. A los periodistas se les bloquea la entrada quedándose afuera junto al grupo de apoyo que habíamos acudido.
En esos momentos llegan unas cuantos compañeras y jóvenes portando unas pancartas que se extienden sobre la valla periférica de la catedral. Dentro, nos relatan, el personal de seguridad ha desaparecido, apagan las luces y cierran las puertas de salida a la calle. Fuera seguimos en el patio exterior de donde nadie nos ha mandado salir y donde tampoco ha aparecido persona alguna a cerrar las puertas de la valla.
Se comienzan a extender las pancartas en lo que aparece un señor que, violentamente, comienza a estirar de una de las pancartas. Le abordo y le digo que qué hace. Se presenta como seguridad de la catedral que entra de guardia y me dice: "pensé que eran pancartas reivindicativas"; al yo presentarme como cura diocesano. A su incógnita le respondo que efectivamente así son y que dentro se han quedado encerradas 22 personas desahuciadas o que lo serán próximamente. El guarda se marcha, sin decir mú, por la puerta del garaje.
Seguimos esperando alguna reacción por parte de los responsables de la catedral ya que las familias que han sido encerradas no saben muy bien a qué atenerse ahí dentro. Están sin luz y sin poder desplazarse a la calle.
Seguimos esperando alguna reacción por parte de los responsables de la catedral ya que las familias que han sido encerradas no saben muy bien a qué atenerse ahí dentro. Están sin luz y sin poder desplazarse a la calle.
De repente aparecen dos furgones de la policía nacional. Se bajan todos los agentes y comienzan a tomar nota de lo escrito en las pancartas y transmitirlo por sus radios. A la vez, por delante de las puertas del templo cerradas -en el patio donde nos encontramos la gente de apoyo a los encerrados- pasan Jesús Junquera (Canónigo encargado del Patrimonio Historico y del Museo Catedral) y Andrés Ramos (secretario del Obispo Auxiliar), entrando en el lateral del Arzobispado sin dirigirse a nadie de quienes nos encontrábamos en dicho patio.
Poco después comienzan a llegar multitud de furgones de la policía nacional. Llegamos a contar más de veinte; al final se congregaron veinticinco furgones. Rodean el patio exterior de la catedral y obstruyen la puerta abierta del mismo, impidiendo la entrada o salida de cualquier persona. Los medios, de hecho, se quedaron fuera del patio y no se les permitió entrar. Dos de los abogados que estaban presentes, en medio de una desconsideración tremenda por parte de los agentes policiales, intentan hablar con el jefe del operativo policial. A este le informan de quiénes somos y -con sorpresa para él- que dentro de la Catedral hay familias encerradas. Le comunican que nadie de la propiedad nos ha dicho que nos vayamos. La policía comienza a alterarse violentamente -actitud esta que va en aumento durante toda la tarde- y entran de malos modos a desalojar el patio de la catedral donde nos encontramos no más de treinta personas. No sé por qué, el jefe del indicativo le ordena a un policía que sea yo al primero que saquen del lugar. Efectivamente me coge del brazo violentamente y me arrastra a la calle Bailen, donde la policía nacional ha creado un corro policial a donde van ingresando a todo aquel que sacan del patio. Una vez ahí los agentes nos quitan físicamente el dni a cada uno de los presentes para filiarnos y nos comienzan a amenazar con las multas que nos van a imponer. La actitud violenta, provocadora y chulesca de los agentes de la policía es verdaderamente traumática. Unos niños que estaban en el corro encerrados comienzan a llorar y ponerse nerviosos.
Desde dentro del templo nos van comunicando lo que ocurre. El cura bajito, nos dicen, -Jesús Junquera- está totalmente fuera de sí, pidiendo a los policías que desalojen el templo "por las buenas o por las malas". El cura alto, comenta otro sms -Andrés Ramos- quiere convencernos que si nos dejan permanecer muchos otros querrán lo mismo, que ya han hecho la foto, que los encierros son de tiempos antiguos....
El policía que tiene el montón de dni retirados a los ciudadanos comienza a entregarlos como si fuese el reparto de notas al final de curso. Gracia que reímos y también les sienta mal; volviendo los agentes a amenazarnos con trasladar a dependencias policiales a todo el mundo.
Toma policial de la Catedral |
Como tenemos claro que la noticia no es el mal trato recibido infligido por la policía a los ciudadanos, ni la bochornosa actitud de los curas presentes en el Templo, hacemos caso a todas las indicaciones que los agentes van realizando. Lo importante son las reclamaciones de las familias desahuciadas. Siguen llegando furgonetas policiales. Cruzamos, como nos dicen los agentes, a la acera de enfrente -en la calle Bailen- justo enfrente de la catedral. Al momento, otros agentes de policía ya uniformados con el casco, los guantes y las porras nos obligan a retirarnos de ahí.
En ese momento comenzamos a ver salir a las personas encerradas. Otro nutrido grupo de policías -luego nos contaran cómo ese mismo cordón policial ha estado vigilando el presbiterio de la Catedral- va custodiando a quienes salen mientras les filian para ponerles una multa.
Quien sale el último es Billy. Cura amigo y conocido en los arrabales de esta gran ciudad. Estuvo desde el inicio en el encierro y al pretender quedarse en el templo la policía le amenaza, en presencia de los dos curas compañeros, que o sale o será detenido. Depone su pretensión saliendo por su propio pie. La gente, que antes había aplaudido la valentía de los encerrados según les va sacando la policía por la fuerza, comienza a corear "billy a zamora", en referencia de la cárcel para curas a la que el franquismo llevaba a quienes enviaba preso.
Las reflexiones respecto al acto son múltiples. Desde las redes sociales, llamadas telefónicas y noticias aparecidas en prensa es momento de pensar dónde estamos. Y, sobre todo, con quién?
Es momento de dejar a un lado las tibiezas. Como creyente, con mi re-conversión continua como horizonte, no puedo dejar de intentar desvelar esas complicidades entre quienes causan la crisis y quienes -con su silencio- las pueden estar bendiciendo.
Mirando el evangelio, en escucha atenta y serena, tenemos que pasar de la caridad a la compasión. No vale ya hacer "cosas para los pobres". Hay que padecer con ellos, como ellos. Nuestro bienestar, nuestras seguridades personales o colectivas, no pueden estar por encima de la dignidad de las personas. Más cuando proclamamos que estos, los pobres, son los preferidos del dios de Jesús.
Que oportunidad perdida, para la jerarquía de la iglesia, haber dialogado con estas familias empobrecidas por la codicia de unos. Haberles mostrado esa misericordia que durante siglos significó y dignificó los espacios y templos de la Iglesia siendo lugares inexpugnables para defender al pobre.
Si Jesús fue a casa del centurión a ver quién le necesitaba, cómo desde la institución eclesial se tiene tanto miedo al encuentro con el pobre y necesitado? Sólo seremos capaces de anunciar la buena noticia de parte del dios de Jesús si somos capaces, como la mujer de los flujos de sangre del evangelio, de dejarnos tocar, aunque sea por la espalda y en medio de una multitud.
Bravo y mucho ánimo
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