Esta mañana en nuestra celebración dominical dejábamos
resonar ese ”asombro” del que nos hablaba el Evangelio. Algo muy parecido a la “admiración”
de la que nos hablaba -también esta mañana- la columna del amigo Luis García Montero.El privilegio de compartir comida, ilusiones, vida...
Asombrarnos para dejarnos desbaratar en la acogida. Asombrarnos
de la capacidad de las personas -cuyas vidas están traspasadas por el dolor- en
rehacerse y seguir disfrutando y contagiarnos de la pasión por vivir. Asombrarnos
de las innumerables veces que tenemos que parar, volver a los orígenes y
dejarnos abrazar por esas maravillosas personas en medio de las que vivimos que
nos construyen, alientan y esperanzan… Vamos, toda una fortuna con que nos llena
la Vida.
Cómo será esta que en ocasiones el asombro nos pilla desprovistos de casi todo.
Una persona, migrante, que llegó desfondada a la parroquia porque llevaba varios
días durmiendo en la calle, después de poner su vida patas arriba en el camino
migratorio. Esa misma noche nos anuncia que está embarazada y, sin darnos
tiempo a encajar la alegría por la noticia, en medio del susto y descoloque, en
el mismo templo donde había ocurrido todo lo anterior, se pone malísima y
pierde la criatura…
El tiempo pasa, la vida se re-coloca y hoy vino a visitarnos. La distancia física
no puede con el cariño y la estima, aunque duelan los recuerdos.
Ahora, al preguntarla si había llegado a su casa, me contesta: “Muchas gracias
por ese recibimiento tú sabes que más que una parroquia es un hogar y para mí es
mucho más significativo por mi hjita, ya que no tengo un panteón donde visitarla
pero si un hogar en donde sentirla”. Y entonces se me viene toda la vida
que vivimos, que nos acompaña, pasos delante pasos atrás achuchando…y es
cuando, ante el sentimiento de esta mujer que no pudo llegar a abrazar a su
bebita, sólo puedo dar gracias por todo lo que vivimos, queremos y sentimos.
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