Acabamos el año visitando a distintas personas en diversas cárceles de Madrid. Cuando contemplas, de cerca, lo que a otros les falta, no queda más remedio -por honestidad y con agradecimiento- valorar más, si cabe, lo que uno tiene. Esa de la que tanto hablamos, a quien traemos acá o allá, de quien nos sentimos tutores, aseguradores, posibilitadores…: la LIBERTAD.
Cuando ves de cerca jóvenes que -por distintas razones- están privados de ella, no puedo menos que pararme y pensar si la libertad que les falta no será consecuencia de la libertad que no tuvieron.Ese joven sirio, primerizo en su entrada en la cárcel, que no asume estar privado de ella. Que no entiende mucho castellano y mal lo habla y no acaba de saber porqué está ahí. Desde los 11 añitos bregando en este mundo por, precisamente, conseguir la libertad -para él y los suyos- y acaba viendo como ésta le es privada. Huyendo de una guerra que se alarga en el tiempo y enfrentado a otra guerra, farmacológica, que le tiene ausente y colabora también en las causas de su privación. Sólo espero que este año que inauguraremos le sea más propicio. Su impotencia, espero equivocarme, le puede llevar a acabar con esta limitación de manera abrupta y sin solución.
Sin embargo, a quien visitamos esta mañana es otra vida rota, pero con una larga experiencia en estas privaciones de libertad. Qué medida del tiempo tendrá alguien que es capaz de decirte “esto ya es pan comido” cuando aún tiene por delante más de 30 meses de privación de libertad, y no pocos años encerrado en distintas cárceles. La pobreza sumada a su adicción le arruinaron la vida. ¿La pasada solamente? ¿qué futuro soñar con un pasado tan mísero y un presente tan fuera de la realidad?. Qué experiencia de encuentro, de límites, de humanización puede tener quien, durante tantos años, lleva conviviendo con autoridades impositivas que no son capaces de acompañar, de corregir, de animar… más allá de poner “partes” de conducta que provocan, vez sobre vez, la cárcel dentro de la cárcel: el aislamiento.
Llegas con la ilusión de visitar a la persona estimada y
sales con tal desolación, que el frío de estas mañanas parecía mecerte frente a
la sinrazón de estas instituciones totales y cerradas. Lugares donde la norma,
las más de las veces, está atravesada por la arbitrariedad del funcionario que
la aplica. El cuaderno de notas que ayer se me prohibió introducir “por razones
de seguridad”, hoy me acompañó casi hasta la cocina en otra cárcel.
Acabamos el año lleno de temores, sufrimientos y despedidas. No sólo por el
maldito Covid. Este se está convirtiendo muchas veces en la excusa institucional
para la desidia o el recorte de Derechos. Los hombres y mujeres que sufren no
aparecieron el 15 de marzo de 2020. Espero que este 2021, entre todas, seamos
capaces de revertir tanto dolor: acogiendo, acompañando, empatizando… y el
mundo que habitamos sea un pelín más habitable.
Feliz Año Nuevo!!
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