Las catástrofes siempre vienen de la mano de dificultades añadidas. Cuando estas además se suman a la vida mísera y empobrecida de las personas que sobreviven en determinado lugar donde ocurre la tragedia, el cúmulo de desgracias, dolores e impotencia se eleva considerablemente. No es lo mismo las consecuencias de un mismo hecho, un terremoto, en una ciudad americana que si este ocurre en una población de Haití. El registro de la escala podrá coincidir. El registros de sufrimientos y destrozos será considerablemente diferente.
Esto ha ocurrido en el incendio sufrido ayer tarde por las familias que mal viven en el poblado madrileño del Gallinero. Además de perder las pocas pertenencias que tuvieran: comida, ropa, colchones, medicinas, cocina... y la "sagrada documentación" personal de los miembros de la familia... han perdido su casa. Estas, sencillas, construidas unas sobre otras con materiales de madera de desecho, constituyen "su casa". Pienso en que desaparezca "mi casa" y sinceramente la angustia que me produce semejantes ficción no es pequeña.
Pues además de todo lo anterior, que no es baladí, emergen esos extraños pero presentes monstruos de la aporofobia, a los que se refiere muy acertadamente Adela Cortina en su último libro.
En nombre de la sacrosanta "seguridad" la compañía eléctrica Unión Fenosa decide cortar los cables que posibilitan que estas familias -40 que residen actualmente en el barrio- puedan tener energía para las neveras, calentar la leche de los biberones o, en algún caso, dar servicio a la máquina que facilita que el bebe respire bien. Se preocupan las grandes compañías tanto por los ciudadanos, que esta acaba provocando situaciones se inseguridad y peligro tan evidentes como volver a enganchar la luz de la manera que sea.
Se corta la luz por seguridad pero no se miden las consecuencias de inseguridad que se crean con esa decisión por la seguridad.
Quizás, como en tantos otros lugares y momentos, si los servicios básicos de la ciudadanía estuvieran en el horizonte de los derechos humanos como personas que somos y no en lo graciable del grande y poderoso respecto del pequeño y vulnerable, entonces sólo entonces, situaciones atroces como esta que está provocando una gran compañía eléctrica a familias pobres no ocurrirían. Y, además, las administraciones públicas estarían efectivamente al servicio de las necesidades de sus ciudadanos y no en el equilibrio siempre complejo, de no molestar demasiado al pez gordo no vaya a pretender seguir saciando su voracidad nunca satisfecha.
Quizás, como en tantos otros lugares y momentos, si los servicios básicos de la ciudadanía estuvieran en el horizonte de los derechos humanos como personas que somos y no en lo graciable del grande y poderoso respecto del pequeño y vulnerable, entonces sólo entonces, situaciones atroces como esta que está provocando una gran compañía eléctrica a familias pobres no ocurrirían. Y, además, las administraciones públicas estarían efectivamente al servicio de las necesidades de sus ciudadanos y no en el equilibrio siempre complejo, de no molestar demasiado al pez gordo no vaya a pretender seguir saciando su voracidad nunca satisfecha.
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