Nos muestra el Evangelio (Mt 14,
13-21) una vez más, cómo, del dios de Jesús, sabemos –como ya del de Moisés- a
través de un conflicto. Narra Mateo este Evangelio justo tras la controversia y
asesinato de Juan, el Bautista, por parte de Herodes. Herodes no puede asumir
que el pueblo reconozca alguien sin superioridad, sin una institución que le
represente…
Ante el asesinato de su amigo y
maestro Jesús se aleja. Pero no se retira para escabullirse de la situación. Se
retira para que “la fama” no le atrape y condicione su proyecto de “plan de
Dios”. Curiosamente, sigue diciendo el relato, las gentes de las ciudades
marchan de ellas, y con lo puesto van en su busca. Jesús no la espanta, ni huye
de quien le busca. Al contrario, ve cuáles son sus necesidades y se pone manos
a la obra. Padece con ellos –“se compadeció” dice el relato- y del encuentro
surge la curación.
Jesús cura porque antes se
encuentra, mira a los ojos, nos provoca y anima.
Inmediatamente aparece en el relato
uno de los poco imperativos evangélicos: “dadles vosotros de comer”.
No hay delegación posible en la
preocupación por el otro. Ese “dadles vosotros de comer” es toda una llamada
(exigencia) comprometida para quienes pretendemos ser seguidores del dios de
Jesús y para todas aquellas personas de buena voluntad.
Este relato evoca en gran medida lo
que esta tarde me gustaría compartir. Muchos de los que estamos aquí nos hemos
encontrado en este camino, precisamente, a raíz de algún conflicto. Si algo he
vivido en estos 25 años de cura, han sido precisamente conflictos. Pero estos
han sido anunciadores de vida, humanizadores cuando -juntos- hemos luchado por
alumbrar algo nuevo, experimentar la solidaridad, crecer en cariño y fomentar
la Fe.
Hemos vivido el conflicto de la
cárcel y la violencia de los centros de menores: imperativo ético de luchar por
la justicia, por la humanización, por la acogida y por supuesto por la
libertad. Hemos vivido, así en plural y en colectivo, el dolor de las drogas,
de la enfermedad y de la discriminación, que se han convertido en espacios para
el encuentro, el abrazo y la acogida. Hemos compartido el conflicto de la
injusticia social, del hambre, los desahucios y las crisis económicas, pero no
de las que duran años, sino de las que duran vidas e incluso generaciones y de
ahí nace cada día la lucha, el encuentro en las calles y la mesa compartida.
Hemos vivido el dolor y la violencia de
las fronteras, esas fronteras que atraviesan vidas y las parten por la mitad; y
la acogida se convirtió en hospitalidad y otra vez el encuentro, el abrazo, y
el descubrirnos unos a otros. Y ante todo esto el grito indignado: Vergüenza.
Esta llamada del evangelio “dadlos
vosotros de comer” ha sido la música que durante años alentó este caminar
colectivo y comunitario. Junto a esa música hemos ido construyendo una
partitura cuya letra es el nombre de todas y cada una de las personas que han
pasado y estáis en mi vida. Nombrarlas a todas sería imposible –es fiel reflejo
de lo privilegiado que me siento- pero sí que os pediría un momento de silencio
para intentar evocar cada uno de los encuentros que hemos tenido quienes aquí
estamos y con aquellas personas que, por distintas razones, hoy no pueden
acompañarnos. …
En un mundo tan parecido al relato
evangélico (algunos se empeñan en echar a otros creyendo que no hay para todos)
estamos llamados a vivir esta convocatoria -“dadles vosotros de comer”- como
una corresponsabilidad que nace del sentirnos hermanos y hermanas en una misma
humanidad. Dar gracias a Dios, a la vida, por este hallazgo que hemos hecho
conjuntamente es sentirme mimado y privilegiado. Y de esos privilegios, que el
relato visualiza en ese “se saciaron todos”…, estos 25 años están repletitos.
No hay día, ocasión, encuentro, paso
dado… que no sienta la necesidad de estar agradecido por ese estar saciado de
afecto, saciado de cariño y saciado de personas a mi alrededor llenas de ganas
de crear vida y esperanza a nuestro alrededor.
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