Las
imágenes, como todo en la vida, tienen un contexto sin el cual muchas veces una
fotografía significativa puede quedar vacía de contenido. Eso puede ocurrir
con este collage.
Un
adulto jugando con un infante. Podemos quedarnos en esa primera mirada, aún
siendo cierta en lo que muestra, o ir más allá. Esas
dos personas, en ese juego, están traspasadas de multitud de realidades
personales que, precisamente ellas, les han hecho encontrarse.
Las
vulnerabilidades pueden ser ocasión de apoyo, descubrimiento y disfrute. Esto
no las justifica. Menos cuando son, dichas vulnerabilidades, fruto de la
injusticia y exclusión social. Sin embargo, en aquel momento que tuve la escena enfente, el juego, inmediatamente surgió ese pensamiento: dos personas,
con unas precariedades vitales que les llevan a apoyarse, descubrirse y
disfrutarse. Las risas del pequeño alentaban al grande. Los abrazos del grande
aseguraban las risas del pequeño.
Terminamos
de celebrar unos días de encuentro, empeño fraternal y desde la fe religiosa,
continua llamada a mirar lo pequeño, lo que este mundo desprecia, arrincona y
excluye. Más allá de romper la dinámica diaria no siempre alentadora y –quizás-
poder descansar algo más, lo cierto es que dichas celebraciones no pueden ser
disfrutes estáticos, momentos congelados.
La
escena de la foto queda ahí, para el recuerdo. Sin embargo el tronar de las
risas del pequeño y la complicidad del adulto abrazándole, pueden ser una buena
paradoja de lo que espero de este año recién estrenado.
Vayamos
a ello…
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