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Tumba en Catedral |
Hace
ya mese tuve la oportunidad de conocer “un poquito” el Salvador y sus gentes.
Y, como consecuencia, las huellas de Romero en esas tierras. Me impresionó
sobremanera la huella de este hombre en el pueblo. Un pueblo que lucha –ayer
contra la guerra, hoy contra la violencia- y espera la vida con dignidad. Una
gentes que, tras haber restañado heridas, no se conforma con el olvido. Tener
presente a Oscar Romero es seguir recordando sus palabra, y sobre todo su
estilo de vida. El papel lo aguanta todo, y cuando la palabra cae en manos del
poder (económico, legislativo, religioso…) deriva inmediatamente en mitos y
figuras exógenas a la realidad concreta y cotidiana que se vive.
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Mural en la Chacra |
Si
algo tuvo la vida de Romero fue, precisamente, que su palabra y su
comportamiento no eran teorizaciones extrañas a la vida de su pueblo. Al estilo
del Evangelio de un tal Jesús, Romero hizo una lectura actualizada de la
realidad iluminada por el Evangelio. Como al tal Jesús, le costó la vida. Los
teóricos de la fe y la esperanza, a lo más, fueron ninguneados por el poder
religioso pero agasajados en ocasiones por los poderes de este mundo.
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Taller de Santa María de los Pobres |
Sin
embargo nos queda el pueblo. Ese que Romero reconoció le había “evangelizado”.
En él -en el pueblo- sigue presente, con sus contradicciones y complejidades,
todo aquello por lo que Romero murió, todos por los que Jesús entregó su vida
y, como hoy recordamos, agachándose les lavó los pies.
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Collage en la capilla del hospitalito
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