Con su aleteo preciso me habló. Me confesó que no era española. De hecho no la note, por ningún lado, la marca España.
En susurros, con orgullo y miedo a la vez, me contó que era argelina. Si de la Argelia africana. Ese continente tan denostado a la par que atrayente para quienes tenemos el privilegio de conocer directamente o de poder ser acogido por quienes han sido capaces de llegar a nuestras casas.
Me dijo que llevaba una semana volando. Que hasta llegar aquí había recorrido la costa norte africana. Que vio un tumulto en un islote, cerca de la costa, donde avistó unos jóvenes negros desatendidos por unos hombres blancos. Después siguió volando hacia el oeste, siempre en la costa norte de África y llegó a posarse sobre una especie de valla que, me dijo, parecía separar dos playas diferentes. Quizá sería Ceuta, dije en voz bajita, a lo que ella respondió: "no sé. sólo recuerdo que el ambiente era triste, como de muerte violenta".
Tras guardar silencio y dejarla descansar del largo recorrido, volvió a comentar -esta vez con voz fuerte y serena-: "no entiendo las separaciones. por qué, en toda la travesía, he visto un mar inundado de cuerpos humanos muertos, medio fallecidos. en barcas abandonadas a la deriva o sobre telas desgastadas por la sal". Sólo puede escuchar y guardar silencio.
Sus preguntas, venidas de un animal, me llenaban de enojo y vergüenza. Pero ella prosiguió: "también he visto lugares donde había muchas barcazas amarradas, con grandes grúas y cuerdas gruesas donde reposar plácidamente. y al cruzar ese pasillo de agua, también divisé, desde lo alto, grandes buques llenos de gente que parecían disfrutar. y me llamó la atención cómo habían recogido un trozo de agua y la llevaron hasta lo alto de sus máquinas. y los niños jugaban y las parejas jóvenes tonteaban. sí, como nosotras rozamos nuestras alas con quien pretendemos...". Intente explicarla, sin mucho convencimiento por mi parte, cómo funcionan aquí las cosas.
Que el tumulto que avistó era la ilegalidad de un gobierno expulsando a seres humanos de un trozo de tierra que llamamos nación. Que ese lugar de ambiente triste era debido a que hacía más de dos meses que un gobierno de hombres blancos mando disparar sobre personas negras que intentaban cruzar de playa y murieron más de trece hombres. Y que esos barcos que tenían un trocito de mar dentro de sí, eran cruceros para potentados a los que no se expulsa ni se dispara.
Mirándome asombrada me espetó: "y porqué a esos no se les maltrata y dispara? Eso no lo hacen los blancos sobre todos los negros?" Con dolor la dije que no. Que sólo se maltrata y dispara a quienes no tienen dinero ni posesiones.
Pareció que iba a emprender nuevamente el vuelo. Dio unos pequeños saltos sobre la arena. Estiró sus largas alas y su rostro mudo en risa. Yo no la entendía, estaba confuso. No sabía si la conversación había sido posible. Yo no soy una gaviota. Ella no era una persona. Pero nos entendimos. Mirándonos a los ojos, los suyos pequeños negros, los míos grandes mas claros, la sonrisa nos sorprendió. Era una sonrisa muy contagiosa.
Entonces ella me dijo "así que yo no puedo estar aquí. pero si he llegado. si ya somos amigos..." y yo satisfecho me alegré de saber que tenía una amiga que ningún ministro de interior, ningún gobierno cerril, ni las vallas, ni los CIEs, ni las devoluciones extrajudiciales iba a poder impedir que nuestra amistad perdurase.
Que ella viajase donde quisiera y que yo acogiera a quien me diera la gana.
Inmediatamente tuve la tentación de invitarla a quedarse. Que dejase de volar, de posarse aquí o allí. Que fuese capaz de superar vallas con concertinas sin dejarse la piel hecha jirones.
Guiñándome un ojo emprendió su vuelo. Yo quedé con los brazos abiertos. Tantas preguntas... La hubiera pedido tantos milagros, tantos imposibles...
Ella voló. Yo volví sobre mis pasos. No creo que la vida vuelva a cruzar nuestros caminos. Entendí, entonces, que algo así debe ser eso que nos cuentan de la Resurrección. Un encuentro imborrable que no se puede explicar, pero que se puede narrar haciendo amigos, desobedeciendo leyes, rompiendo vallas y gritando, por todo el mundo, que los animales podemos vivir donde queramos y con quien nos plazca.
Con cariño a Patuca, maestra en estos vuelos...
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