"el niño le acariciaba las blancas barbas al viejo José..." tintinea en la radio mientras limpiamos la casa y acabamos de hacer algunos preparativos para la cena nocturna.
No sé si con motivo religioso, o sin él, lo cierto es que vivimos unos tiempos en los que se impone acariciarnos. Dejarnos acariciar. Quizás hayamos pasado demasiado aprisa de la imposición belenera a la adoración festera. Las personas necesitamos, como la naturaleza, tiempos pacientes para los cambios.
Alguno queremos celebrar el recuerdo de "aquel que bajó a la tierra" (canta otro villancico) y que reconocemos como dios, otros como profeta y otros como equivoco divino... En cualquier caso, sea el motivo que sea, lo cierto es que estamos llamados a la celebración. Y más en estos tiempos convulsos, estridentes y desesperanzados que podemos estar viviendo. Cuántos, lejanos y cercanos, estos días, estas noches seguirán siendo un loable tributo a la supervivencia en medio de tanto dolor, desastre y muerte.
El "chiquirriquitiin metidito entre pajas" (grita manolo, el del carro, en la radio) es el acontecimiento que queremos celebrar. No para quedarnos, como pasmarotes, expectantes ante el belén de cada día, sino porque esa realidad del pesebre, entre tablas caldeadas por el ganado, junto a unos padres descolocados por no acabar de entender muy bien la relación biológica que les une... este acontecimiento es el origen de nuestra esperanza, de nuestra vida solidaria y transformadora. Que esos belenes de indignidad y miseria sean transformados en dignidad, alegría y esperanza entre quienes venimos detrás.
Dice la tradición que "nos visitará para iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte...", pero es cierto que esa visita pasa por nosotros. Somos los hombres y mujeres de hoy quienes tenemos que visitar, acoger, calentar y acunar la vida maltrecha y pequeña que se nos presenta. Y si no la tenemos a mano, ir a buscarla como "los pastores y pastoras toditos se reunieron" (sigue bramando el del carro en el disco) corriendo, con alegría "bailando llenos de gozo" porque en ese pequeño pesebre de vida alumbrada, de miseria creada y de esperanza creciente se encuentra la razón de nuestra vida.
FELIZ NAVIDAD.
14 kilómetros marcan la distancia entre la exclusión y la inclusión. Esa distancia separa la Puerta del Sol, punto neurálgico de Madrid, de la Cañada Real Galiana. 14 kilómetros separan la costa europea de un continente empobrecido. Catorce kilómetros: una distancia muy larga para quienes se ven obligados a recorrerla cada día. Con este blog pretendo visibilizar y rendir homenaje a todas esas personas que peregrinan cada día por los márgenes de la exclusión.
Feliz Navidad Javi
ResponderEliminarUn abrazo desde Bolivia,
Diego