Tres, hoy han muerto tres jóvenes negros. A las puertas de Europa. A las puertas del Ceti, donde estaban censados. La muerte no entiende de legalidades. No eran legales para vivir entre nosotros, pero sí parecían serlo para morir a nuestra puertas.
Tres jóvenes muertos. Tres pobres a quienes los recursos de la Europa rica no les ha valido de nada. Tres jóvenes que en medio de una ciudad española han muerto quemados. El color de su piel, seguramente, se habrá confundido con las cenizas de su miseria. Esas velas causantes del fuego solo alumbraron ansiedades, dolores, soledades y muerte, mucha muerte.
El paraíso que ellos esperaban viniendo de tan lejos: Niger, Uganda y Zimbagüe se convirtió en su infierno. Penalidades, exclusión y la muerte. Esa visita, la de la muerte, que para algunos es la cotidianidad de su existencia. Esa muerte que muy pronto, como las más de diez mil del estrecho, serán olvidadas.
El plástico y las mantas que parecían resguardar sus miedos soñados y sus sueños miedosos se les han vuelto enemigos. Como sus esperanzas al llegar a España también se volvieron calamidades de espera, persecución y miseria.
Así son, negros de piel y negros de futuro. En medio de una sociedad que gasta sin escrúpulos millones de Euros en guerras, visitas papales o campañas electorales, tres jóvenes han muerto por su pobreza y nuestro rechazo.
Pero seguirán llegando. El efecto huida de la guerra, el hambre y la miseria no puede ser detenido ni con bombas, ni con muros ni, siquiera, con intoxicaciones atómicas.
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