Estimado Benedicto.
Has visitado dos ciudades de nuestro estado. El Oeste y el Este han visto cómo tu presencia ha convocado a un montón de gentes. Diversas, festivas, alegres. ¡Que suerte tienes!
Sin embargo lo poco que he visto, a través de las televisiones, me ha provocado nuevamente un sentimiento de tristeza. Sobre todo tristeza por lo que te pierdes. Yo no entiendo de políticas ni teologías. Voy desbrozando con muchas torpezas las realidades con las que me topo y, desde ellas, vamos conjuntamente formulando nuestro posicionamiento político y teológico.
Siento que soy un privilegiado respecto a ti. Cuando te vi cabalgar en ese moderno caballo mecánico de cuatro ruedas, a toda pastilla por las calles de Barcelona, me vino un sentimiento de lástima que te quiero compartir.
Lamento que no tengas oportunidad de acercarte libremente a las personas. Que no puedas sentir su abrazo tosco y rudo, y a la par entrañable. Que metido en ese artefacto móvil, no puedas apreciar las lágrimas de rabia y dolor de esas madres que lloran por haber tenido que emigrar a nuestro estado dejando a sus pequeños hijos a miles de kilómetros. Que no puedas escuchar las gracias que te brindan esos hombres venidos del este cuando estás con ellos y la furia policial de nuestras fuerzas de seguridad se ensañan menos con ellos. Que no tengas la oportunidad, en medio de tanta opulencia, de ver cómo se preocupan unos pobres por otros ante el acoso de unas leyes que impiden a las personas moverse libremente por nuestro mundo. Si fueran mercancías no tendrían problemas en cruzar fronteras, legislaciones y culturas. ¿Tú tienes problemas al desplazarte a otros países?
Cuando veo, a través de los medios, esas liturgias fastuosas, pulcras, milimétricamente ordenadas, me cuesta imaginar que así fueran las comidas y cenas de aquél a quien decimos seguir: el Jesús del Evangelio.
Que suerte tengo Benedicto de poder celebrar la fe con personas que conozco. Con quienes, en el día a día, vamos batiéndonos el cobre para conseguir sacar de permiso a un pobre que está preso. Con esas grandes mujeres que luchan por la dignidad de otras familias: que recorren fiscalías y juzgados reclamando que los hijos de la madre muerta puedan marchar a vivir con sus abuelos. Que impresionante es compartir el pan y el vino con esa mujer que se siente creyente pero tiene dificultades de expresarlo en una celebración por haber encontrado el amor en alguien de su mismo sexo. Con esa monja que vive en Japón acompañando a inmigrantes internos del propio país a quienes se persigue y se les hace huellear anualmente para controlarlos. Tú, siendo alemán, tienes algún problema con las leyes de inmigración del país donde ahora vives?
Que honor Benedicto es poder dejarte achuchar por la gente pobre. Saber que te sienten de ellos, no por lo que tienes o puedes hacer –que cada vez es menos- cuanto porque estás dispuesto a correr su suerte. Ese beso de la gitana mayor que a su edad la toca cuidar de sus siete netos sin más ayuda que sus manos para mendigar. Ese saludo que envían desde la cárcel porque a alguna presa la acoges entre los tuyos para disfrutar del permiso concedido. Qué suerte Benedicto, que privilegiado soy.
Nuestra celebración dominical ayer estuvo repleta de situaciones que, por ser dolorosas y contra las personas, sin embargo nos hablaban de vida, de esperanza, de eso que tanto nombráis en vuestros discursos y tan difícil es entenderos: Resurrección. Ese pacto del Dios de Jesús con cada uno de nosotros y nosotras que vamos verificando en las luchas y compromisos a favor de las personas perseguidas, enjuiciadas y criminalizadas. Si Benedicto, cuando una de las madres, en la lectura dominical del Evangelio ayer en nuestra celebración decía a voz en grito “No es Dios de muertos, sino de vivos”, nos estaba recordando aquellas palabras de Jesús entre los suyos: “cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”.
Javi,
ResponderEliminargracias por tus comentarios. Qué buena reflexión, la de la otra cara de las cosas. Gracias de verdad. Un fuerte abrazo,
Luis C.
a mi me entristece que siendo
ResponderEliminarllamado "Santísimo Padre", el título de Papa no se acentúe donde debiera, Papá. Papa:Petri Apostoli Potestatem Accipiens, y también Tutor o Padre, tendría que ser la expresión con la que Jesús evocaba al Dios del Amor. Como dice Pagola, Abbá, dentro de las familias judías, evocaba el cariño, la confianza del pequeño en su padre, y como señala el dibujante J.L.Cortés, Abbá es todo corazón, pero también indignación por la injusticia, el fanatismo, la hipocresía y a veces lamento por la estrechez de miras, por la estupidez...Y con Casaldáliga mantengo que el Abbá de Jesús no puede ser de ningún modo causa de fundamentalismo ni de exclusiones.