martes, 27 de marzo de 2012

en el I.E.S. Miguel Catalán

Tuve la oportunidad, esta mañana, de participar en las primeras jornadas solidarias "El Mundo que queremos", en un instituto de Coslada. Con compañeros como Yoro y Juan Medina, cualquier aportación será sencilla ya que su testimonio, como joven migrado o foto-periodista, dice mucho más sobre la vida, el esfuerzo ya la realidad que lo que uno pueda contar. En fin que es un lujo ir de comparsa de estos dos amigos.
Cartel del Instituto
Pero más allá de lo que hayamos podido aportar, entre unos y otros, me quiero referir a la experiencia vivida con las personas de dicho instituto. Los profesores y las alumnas. Las profesoras y los alumnos. Hay una sensación de funcionamiento orgánico precioso. No se advierten esas relaciones de "autoridad-poder" tan asimétricas y contra-educativas. Sin embargo se advierte una complementariedad importante entre las distintas personas en llevar adelante un proyecto educativo. La preparación y realización de estas jornadas -y parece ser de muchas otras actividades- se ejecuta conjuntamente por parte de todos cuantos conforman la comunidad escolar. Y cada uno desde su lugar o función. Sabiendo que dicho empeño no puede ser unilateralmente desarrollado por alguno de los componentes. Tan importante es la presencia del director, como de las alumnas, los profesores o quienes tiene como cometido tener preparados los espacios de reunión y actividad.
Cuántas horas nos pasamos escuchando saberes difíciles de digerir y que pocas ocasiones, la escuela, lo formal, nos ofrece la posibilidad de hablar de nuestra vida, de la vida ajena y cercana. Un espacio educativo que no sea capaz de rescatar y hacer emerger los sentimientos de aquellos susceptibles de educar será, simplemente, correa de transmisión de unos saberes que poco colaborarán en formar personas para la vida. Esos sí, quizás colaboren mucho en hacer consumidores para el mercado.
Y comprobar cómo los esfuerzos titánicos de profesoras y profesores más allá de su horario lectivo, supliendo los destrozos de una administración educativa torticera y privatizadora, originan lugares donde el diálogo, la discusión y el pensamiento son posibles sin comulgar con ningún dogma o credo religioso, político o económico.
He visto cómo la educación pública y de calidad es posible. Y, sobre todo, cómo el esfuerzo de quienes componen dicha comunidad se vería mucho más reforzado y ampliado si el apoyo de la actual administración publica no se orientase en privatizar servicios fundamentales y en priorizar excelencias para el mercado, aunque este sea bilingüe.
En fin, además de expresar mi agradecimiento, me apetecía compartir lo vivido en el I.E.S. Miguel Catalán.

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