jueves, 12 de noviembre de 2009

Con Leonardo Boff en San Carlos Borromeo

Una de las claves fundamentales que nos hermanan y vinculan con Leonardo Boff es el compromiso con el mundo de la exclusión social. Como San Francisco, Leonardo no defiende hacer cosas para pobres. Ni siquiera una teología para excluidos. Lo que nos invita es a vivir con los pobres. Franciscanamente hablando, se trata simplemente de ser pobres. De aplicar aquello del Poverello de Asis: "El evangelio sin glosa", sin comentario ni añadidura. Correr la suerte de los chavales enganchados, de las madres “ahuerfanadas” por la muerte de sus hijos, de los inmigrantes maltratados, expoliados y expulsados, de las parejas rotas que vuelven a encontrar amor, de los menores presos de un mundo loco y desquiciante. Leonardo nos has dicho en tus múltiples escritos que la teología de la liberación no es un dogma teórico acabado. Al contrario. Propones que la teología de la liberación está inconclusa y colabore en liberar a tantas víctimas de un Mundo que apresa, arrincona y mata a quienes no sirven a sus intereses. Tu teología es “aliento para la vida” porque nos urge a dar respuestas a quienes este mundo ofrece poca esperanza de dignidad. Recrear continuamente la teología, ese esfuerzo que llevas años construyendo, significa para nosotros poner palabra al compromiso con aquellos vecinos que siguen sufriendo la crisis, la precariedad y el desamparo. Tu teología pone muchas palabras y razonamientos a lo que, desde lugares y espacios culturales distintos y geográficamente distantes, vamos descubriendo en nuestro compromiso creyente con las víctimas de este primer mundo en que vivimos. Hemos descubierto, y tú le pusiste letra, cómo lo pequeño, lo humanamente significativo, aquello que provoca vida es sacramento de dios Padre-Madre. Nos dijeron hace años que este espacio donde nos encontramos esta tarde se había “desacralizado” al celebrar en él una fiesta de carnaval. Sin embargo descubrimos cómo lo auténticamente sagrado es aquella vida que se nos ofrece para su cuidado, acogida y achuchón. Estimado hermano mayor Leonardo, nos conmueve que sigas sintiéndote Iglesia. De ese sentido de vivir y sentir la Iglesia del Evangelio también queremos participar nosotros. De esa Iglesia pobre entre los pobres, Iglesia del no poder que es capaz de revolucionar la conciencia humana por su apuesta valiente y decidida junto a aquellos machacados de nuestro mundo. Iglesia abierta a los hombres y mujeres de hoy que, con sus anhelos, desvelos y búsquedas siguen abriéndonos al mundo del progreso y la globalización. Esa es la Iglesia en que creemos, con la que soñamos como ante sala de una realidad mejorable: una Iglesia de acogida más que de la condena, una iglesia de auxilio más que del rechazo, una iglesia cobijo para pobres más que museo de tronos, coronas y puntillas.Esta tarde nos hemos juntados gentes venidas de distintos lugares de todo el estado. Rincones lejanos geográficamente pero muy “aprojimados” por la urgencia de transmitir buenas noticias de parte de Dios a quienes habitualmente las reciben malas de parte de los seres humanos, esto es de la injusticia y el sufrimiento.
Compartir la suerte de los excluidos del sistema nos ha hecho encontrarnos, no para dar lecciones de nada, sino para descubrir y paladear –más y mejor- esa invitación a que el salmo de la liturgia de hoy nos convoca: “Proteged al desvalido y al huérfano, / haced justicia al humilde y al necesitado, / defended al pobre y al indigente, / sacándolos de las manos del culpable." (Sal. 81, 3-4)

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