¡Que sensación de orfandad!
¡Se ha marchado -ha resucitado- José Ignacio González Faus!!
El pasado 15 de noviembre pasamos un rato juntos, una tarde de insólita primavera, en su despacho, casa donde vivía y de donde, como me dijo, casi ya no salía. Sus piernas no funcionaban. De hecho, en ese vetusto pasillo de la residencia jesuita de San Cugat, salió a recibirme y despedirme al ascensor y sus piernas casi no podían llegar. Eso sí, la cabeza lúcida, la mirada entrañable y su pensamiento locuaz, como siempre.
Conocí al Faus teólogo, en los años de seminario y me deslumbró. Su “humanidad
nueva” fue un aldabonazo a mi fe de carbonero con la que me manejaba al entrar
en el seminario. Su posterior “hombres de comunidad” nos trajo algún
problemilla en un seminario madrileño en plena vuelta al conservadurismo. Me
pareció un planteamiento que, aún hoy, tenemos que seguir profundizando
respecto a los Ministerios en la comunidad. Sobre todo, en una Iglesia donde
parece que hay tanto franco tirador. Y el tercer libro -para mi interés- del
Faus teólogo fue aquel “vicarios de Cristo” que me hizo entender que el asunto
de los pobres-empobrecidos no era una moda, cuanto elemento nuclear del
Evangelio y que así mismo fue entendido por algunos de los primero Padres de la
Iglesia. Sabiduría de la que apenas nos habían hablado en la formación del seminario,
más preocupada en la dogmática que en la Biblia y sus consecuencias. Además de
participar en algún seminario en Cristianismo y Justicia, todo lo que iba
conociendo de sus escritos lo leía. Me pareció no sólo acertado en su expresión
evangélica, sino también muy pedagógico para quienes no teníamos mucha cultura…
Se marcha un gran teólogo y sabio de nuestro tiempo.
Por aquellas fechas, a través de una amiga con la que comencé a aprender la
convivencia con chiquillos de la calle, tuve la oportunidad de conocerle
personalmente. Entonces fue, ya para siempre: Chalo. Siempre cercano y atento a
las circunstancias por las que he ido pasando. Siempre ocurrente en la lectura
de la realidad y siempre, siempre con la referencia explícita al Jesús de los
Evangelios y a sus vicarios: los pobres.
Y ahora, sin su presencia física, sin sus llamadas o correos haciéndote participe por la realidad de alguien, aquí o allá, que está sufriendo o pasándolo mal, tenemos que continuar.
Sus últimas miradas, imagino, habrán sido a ese pequeño bosque que rodeaba su despacho y, como él dijo, “un verdadero paraíso en medio de esta tierra que habitamos”. Esa naturaleza que le cautivo y acogió. Esa contemplación que le hizo escribir -y me debe llevar a vivir- desde la denuncia y la mirada comprometida para que “todo grito que no brote de un auténtico«silencio» (de una riqueza interior) podrá ser «político» pero no será profético”
Pues me quedo con esa enseñanza: ser político desde lo profético.
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