sábado, 3 de julio de 2010

Aquilino.

A media mañana de ayer, bajo una tormenta madrileña, despedimos a un buen hombre en el crematorio de la Almudena. Este hombre, fuera de cobertura hace 9 años por culpa de un derrame cerebral, se llamaba Aquilino Ochoa Cambero. Fue cura muchos años en Madrid. Seguramente no aparecerá ninguna necrológica en los medios, mucho menos recibirá los honores que a los muertos ilustres se les realiza. Muchas veces para olvidarlos lo antes posible.
Conocí a Aquilino, hombre grande y entrañable donde los hubiera, en el Politécnico de San Blas. Después de mi mala experiencia en los estudios de formación profesional con los Salesianos, de cuyo instituto fui "invitado a salir", acudí a dicho instituto publico y ahí le conocí. Era el profesor de religión. Sin embargo el recuerdo que de él me queda, de aquellas épocas, eran sus largas jornadas "catequéticas" en la cafetería del instituto. Siempre rodeado de lo más granado de dicho centro formativo. Recuerdo que para mi sorpresa era el profesor -y además cura- que surtía de tabaco a los jóvenes cuyas propiedades no les permitían semejante lujo.
Años después, en ese quinto de teología en el Seminario de Madrid, me enviaron como seminarista a Vicálvaro. Fui a vivir con un lujo de curas que, en aquellos tiempos, formaban parte del equipo de vicálvaro: Luis, Evaristo, José Luis y Aquilino. Además de lo que aprendí en el trabajo parroquial, no podré olvidar nunca las comidas tan suculentas como sencillas, tan simpáticas como sinceras... tan llenas de Dios. Era Aquilino quien siempre sobresalía, no por sus dotes teológicos ni verborrea teórica, sino porque siempre apostillaba en favor de los más pobres y sencillos a los que, decía él, no siempre se comprendía en las estructuras eclesiales.
Otro retazo del ser de este hombre era su teología callejera. Recuerdo cómo, en los primeros ratos que pasábamos juntos por el barrio, sus grupos de catequesis y reflexión siempre estaban en el entorno de un bar o repostados junto a la barra de alguna taberna. Era reconocido y querido por las gentes sencillas de la calle porque era un más entre ellos. Si no perdió mucho tiempo en mostrarme los intringulis burocráticos de una parroquia, sí que derramó cariño y ánimo en aquellos años de turbulencia eclesial en Madrid, con un obispo distante y frío como era el cardenal Suquía.
Si le dolía la Iglesia, lo mal que estaba, mucho más le dolía la cantidad de jóvenes que entraban en prisión por las malditas drogas. Si era capaz de dejar hacer a aquellas mujeres empeñadas en rescatar la procesión con la Virgen por el barrio, mucho más tenaz era para defender a quienes eran perseguidos por la policía, la pobreza y la injusticia.
Pues ayer, después de una larga postración, fue su adiós. A la misma hora que los jefes del mundo y la iglesia se reunían para sus negocios en contra de los pobres, despedíamos a un hombre que -como recordaba su ya mayor amigo Santiago García Diez (otro de los curas geniales de Madrid)- fue bueno, amigo de quienes nos cruzamos en su camino y, sobre saliendo a todo ello, un retazo del dios de Jesús entre nosotros.
En una celebración sencilla y a-litúrgica, como él mismo hubiera celebrado, acabamos cantando una canción de Ricardo Cantalapiedra que, siendo seminaristas muchos de los que le despedíamos, le gustaba a Aquilino y creo que es fiel reflejo de lo que fue su vida.

No queremos a los grandes palabreros
queremos a un hombre
que se embarre con nosotros
que ría con nosotros
que beba con nosotros
el vino en la taberna
que coma en nuestra mesa
que tenga orgullo y rabia
que tenga corazón y fortaleza
los otros no interesan,
los otros no interesan
los otros no interesan.

No queremos a engañosos pregoneros
queremos a un hombre
que se acerque a nosotros
que cante con nosotros
que beba con nosotros
el vino en la taberna
que sepa nuestras penas
que tenga orgullo y rabia
que tenga corazón y fortaleza
los otros no interesan,
los otros no interesan,
los otros no interesan.

3 comentarios:

  1. Efectivamente, Javier, se le quedaban cortas las bienaventuranzas. Con Aquilino aprendí que en el mensaje de las bienaventuranzas no se escondían utopías irrealizables, sino verdades como puños.

    Me dijo otro gran amigo común -durante el funeral- que Aquilino era tan bienaventurado que hasta los pobres lo engañaban ¡y se dejaba engañar por ellos!

    Hace ya muchos años, en San Blas, acaeció que un pobre (quizá expresidiario, no recuerdo muy bien) acogido en su casa (que era nuestra casa, como bien sabes) se llevó la caja donde guardábamos los pocos dineros que había para que Marga comprase la comida del mes. Y nos quedamos tan sorprendidos (durante ese mes creo que sólo puudimos comer macarrones y arroz, no había para más, ni para un postre, poca cosa), los que allí vivíamos decidimos entonces que ¡nunca más! nos iban a robar, porque tras esa experiencia no íbamos a dejar que nadie extraño se alojase en la casa y tuviese oportunidad de llevarse el dinero. ¡Faltaría más! ya estaba bien de hacer el gili... Todo esto se habló en una asamblea en la que estaríamos diez o doce jóvenes que deberíamos andar entre los 20 y los 24 años.

    Aquilino atendió en silencio a toda la discusión y planteamientos que íbamos desgranando tras el cabreo que nos llevamos por el susodicho robo. Al final, cuando ya se decidió que no dejaríamos entrar a nadie en la casa para evitar los robos, él dijo que, puesto que esa era la decisión, sentía tener que dejar la casa dolido porque esa mala experiencia nos hacía cerrar las puertas de casa -y el corazón, que es más importante- a la gente que necesitase ser acogida.

    Nos dijo que creer en el Evangelio no era fácil y que conllevaba esos riesgos... y tal y tal, y se atusó su flequillo con un aire de tristeza. Imagínate cómo nos interpeló su postura. Por supuesto que seguimos con la casa abierta y siguió entrando mucha gente que se aprovecharía de nosotros y de los que vinieron después de nosotros, pero que también nos dió la oportunidad de ser abiertos, misericordiosos, hermanos. Y de creer que el evangelio, la buena noticia de Jesús de Nazaret, en Aquilino ha tenido un testigo muy privilegiado. !Era la leche¡

    Si alguien os ha de engañar, ¡mucho mejor que sea un pobre! ¡leñe!, Amén

    Capi

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  2. Buenos días,
    Antes de nada he de decir que yo conocí a Nino siendo muy niña. No he tenido ninguna relación con su iglesia, pero sí conocí su buen corazón, y el de su familia. El apellido Ochoa implica corazón, bondaz, generosidad...En la familia Ochoa que yo conozco no caben los juicios, prejuicios, ni el egoísmo..
    Por suerte o por desgracia, yo nací en una familia descastada en la que las necesidades más básicas nunca fueron prioridad...mis hermanos y yo tan sólo pudimos depender del azar..
    Y el azar hizo que conociera siendo una niña de 6 o 7 años a Ruth, sobrina de Nino.. desde el principio, su casa fue para mí un punto de referencia... siempre estaré agradecida a Mila, hermana de Nino,y a Ruth, mi hermana-amiga, por haberme brindado su hogar(que para mí era un oasis)
    En ese oasis también estaba Aquilino, que para mí era la prudencia personíficada. Un gran hombre.
    Mucho ánimo para la familia..
    DEP

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  3. Ha pasado un año, un largo año en el que sigues presente, cada día, cada minuto, es una fuerza que hace que recuerdes que cada segundo de la vida, es un segundo más para aprovechar y disfrutar el tiempo y sobre todo para ser mejor persona, porque es tu legado y estará ahí presente día tras día.

    Gracias por dejar tan buenas semillas llenas de bondad.
    Tu sobrina.

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