Dura respuesta la que esta mañana, según el Evangelio de Lucas, daba Jesús a un pretendido discípulo que quería cumplir con sus lógicas tradiciones religiosas: enterrar a sus difuntos.
No es, como hemos ido descubriendo poco a poco en el comentario de nuestra celebración, una invitación a olvidarnos de los que ya se fueron. Ni una llamada a la deshumanización pensando fríamente que lo muerto ya no merece ni darle un descanso. No es eso.
Es una llamada a la urgencia. La urgencia de que no haya impedimento alguno en el anuncio de la Justicia, en la creatividad de la vida, en el descubrimiento de la Esperanza.
Pero, sobre todo, quería hoy traer a esta pequeña ventana dos testimonios vitales que se han hecho presentes en nuestra sencilla celebración. El primero de una hermana creyente que vive y trabaja en el valle fronterizo entre Santo Domingo y Haiti. Nos recordaba -los medios ya lo han olvidado, como tenemos el mundial y el g20- la situación de hambre e injusticia que se vive en ese pequeño y pobre país azotado por los desastres naturales. Cómo, las personas con hambre, son capaces de llegar a la violencia arrebatándoles la comida que llevan. El hambre desentierra esos actos irracionales que los seres humanos llevamos dentro y amanecen cuando la necesidad ahoga. Lástima que esta violencia vital no se desarrolle contra aquellos, con nombres y apellidos, que arrebatan lo que es de todos. Violencia la de quienes siendo ricos no son capaces de compartir, como el relato de Lázaro, aunque sean sus migajas. Por eso la lucha por la justicia sólo, nos recordaba Juana venida de allí, podrá venir cuando seamos capaces de desterrar de nuestro quehacer la complaciencia con los poderes que acumulan y arrebatan a las personas los bienes necesarios para sobre vivir con dignidad.
Y del otro lado del globo, también hoy en la celebración, se hizo presente María. Esa monja borromea que, vestida de habito, comparte su suerte con los obreros en paro e ilegales de la gran potencia mundial que hoy es Japón. Ella nos recordaba escenas muy usuales en nuestros barrios: gentes de toda edad recogiendo comida sobrante de los supermercados y restaurantes de nuestro alrededor. Y en ellos, ese lumpen que se arrebata en las orillas de la ciudad, ir descubriendo cómo los valores de solidaridad, esperanza y lucha de los que nos habla el Jesús de los evangelios es una verdad evidente sea cual sea su confesión religiosa o su negación de la misma existencia de dios.
Y entonces volvimos a recordar las palabras que dan titulo a este blog. La urgencia por la justicia nos hace olvidarnos de todo aquello que, ritualizado, nos aleje del camino propuesto: "ven y sígueme". Así, entre unos y otras, veíamos cómo la invitación no es a ser discípulos o vociferadores de grandes y bonitos discursos, cuanto a vivir según él nos invitó: entregando nuestra vida.
Pues así transcurrió esta mañana nuestra celebración.
14 kilómetros marcan la distancia entre la exclusión y la inclusión. Esa distancia separa la Puerta del Sol, punto neurálgico de Madrid, de la Cañada Real Galiana. 14 kilómetros separan la costa europea de un continente empobrecido. Catorce kilómetros: una distancia muy larga para quienes se ven obligados a recorrerla cada día. Con este blog pretendo visibilizar y rendir homenaje a todas esas personas que peregrinan cada día por los márgenes de la exclusión.
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En la búsqueda uno se encuentra de todo, porque es una lógica que el que busca encuentra, Esto me he encontrado >>> http://manifiestostronosluz.jimdo.com/
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